Cuándo y cómo se envainó Venezuela

Fausto Masó

Política
EL NACIONAL - DOMINGO 21 DE JULIO DE 2002

Nadie acusa al general Marcos Pérez Jiménez

No ocurrió de un día para otro, pero fue inevitable cuando el país votó en 1989 por la vuelta al buen tiempo viejo, y cinco años más tarde lo hizo por uno de los creadores del pacto de Punto Fijo postulado como un candidato antipartido, y, por fin, en 1998 por un militar que había dado un golpe de Estado

Parecemos condenados al fracaso. A pesar de que vayamos mal, y pronto estaremos peor, cuando a nuestros dirigentes los entrevistan por televisión se proclaman optimistas. Ya logramos algo, sin embargo: nadie que se respete afirmará que somos un país rico, la forma vulgar de decir que estamos condenados al éxito. OK, sigamos diciendo tonterías, pero respondamos a la pregunta: ¿quién nos envainó? Sin necesidad de recordar estadísticas pavorosas sobre pobreza crítica, sentimos que vamos palo abajo. A la salida de Caracas nos abruma un triste testimonio: la autopista a oriente que, como las catedrales medioevales, necesitará del esfuerzo de varias generaciones para completarse. En cambio, el puente sobre el lago Maracaibo se completó en año y medio, en la época en que no linchaban a los delincuentes en los barrios, el salario real aumentaba anualmente. Aún por 1979 Venezuela producía más por persona que Singapur y Corea. Un informe del Banco Mundial del año 2000, sobre la eficacia de las instituciones de cada país, colocaba a Venezuela en el último lugar entre 59 naciones. Con el optimismo profesional nos ha ido cada vez peor. Llevamos años sufriendo una guerra requeteavisada que sí mata soldados. Desde hace 25 años en las campañas presidenciales se proclama ritualmente que esa será la última oportunidad de la democracia. Al presentar la candidatura de Luis Piñerúa el 1º de septiembre de 1977 para suceder a Carlos Andrés Pérez, Rómulo Betancourt, afirmaba: “El pueblo de Venezuela está sintiendo con horror que a medida que aumenta la riqueza del país aumenta la pobreza de los pobres. Estamos viviendo un momento en el cual se observa un testimonio deprimente de incapacidad, una absoluta ineficacia administrativa, un deterioro progresivo de los servicios públicos... El próximo período será difícil”. Palabras más, palabras menos, dirán lo mismo antes de ser electos Lusinchi, Pérez II, Caldera II y hasta Chávez.

Hace muchos, pero muchos años

¡Nos envainaron los adecos! ¡Hubo una vez techos rojos!, Medina Angarita paseaba tranquilamente solo por la plaza Bolívar, camino de la Cervecería Donzella. Esa fue nuestra edad de oro, hasta que el pecado original del 18 de octubre de 1945 nos sacó del paraíso. Según Jorge Olavarría y José Muci Abraham, ese día se rompió el hilo constitucional y quedamos para siempre como una mujer que se le rompiera el traje de baño en una playa. Los golpistas acabaron con un bien pensado y largo proceso de domesticación de los militares y de creación de instituciones. El 4 de febrero sería hijo legítimo del 18 de octubre, cuando otra vez el Ejército se creyó forjador de libertades. Por su parte, Luis Herrera Campíns rechaza estigmatizar al 18 de octubre. Para el ex presidente, que vive con sobriedad en su casa de siempre en Sebucán, entonces ocurrió la única verdadera revolución venezolana que le dio derecho al voto a los analfabetas y a las mujeres, y la elección directa del Presidente, entre otras conquistas históricas.

La reelección y la gerontocracia

Curiosamente nadie acusa al general Marcos Pérez Jiménez de haber envainado a Venezuela. Con la llegada del período democrático aparecen otros sospechosos, como aquellos que aprobaron la reelección presidencial en la Constitución de 1961, una de las causas por las que los partidos se fosilizaron. Por culpa de la cláusula de la reelección el país cayó en manos de ancianos. Para los años 90 mandaban los setentones: Alfaro, Herrera, Caldera, Uslar. La reelección volvió a los ex presidentes virtuales reyes en el exilio, rodeados de una corte que aguardaba volver al poder, impidió la renovación de la vida pública. En los partidos, los secretarios generales se volvían vitalicios. La política de la izquierda y de la derecha era como un periódico de ayer, siempre con los mismos personajes. En todas las instituciones ocurrió lo mismo. Existía un generoso sistema de pensiones en los organismos públicos, los grandes líderes nunca se retiraban. Igual hacían otros, que llegaban a cobrar el retiro por dos universidades y el propio máximo tribunal. Decían que era un país de jóvenes, los viejos mandaban.

El camino empedrado

Pero, ¡qué nos pasó, coño!, seguimos preguntando a diestra y siniestra al primero que se nos aparece. “¡Fácil! Carlos Andrés Pérez nos envainó”, nos aclara Augusto Yánez, un chofer de taxi. Igual opinan la mayoría de los venezolanos, desde Jorge Olavarría hasta el diputado chavista Luis Velásquez Alvaray, o la historiadora Carolyne Oteyza, de la UCAB.

Pérez I habría sido el gran corruptor que una noche llevó a un inocente seminarista a un burdel de lujo. Hasta allí llegó la virtud del joven, que prefirió el camino del infierno empedrado de sabrosos bacanales. Al comenzar Pérez I, en 1973, se cuadruplicó el presupuesto. ¿A cualquier otro presidente lo habría vencido la tentación del dinero fácil? Para Luis Herrera Campíns, la culpa recae más en la época que en el gocho, aunque reconoce que el hombre era susceptible de írsele los humos a la cabeza, como ocurrió en su segundo período con la famosa “coronación”, la toma de posesión a la que invitó a medio mundo.

Según el diputado Ramón José Medina, a partir de Pérez I la política agarró fama de oficio despreciable, más honorable era ser portero de un prostíbulo que político.

Surgieron los expertos en vender presidentes, la televisión fue el gran instrumento para ganar elecciones. Al hijo de Rubio le pulieron la dentadura, le cambiaron la chaqueta.

Cuando se intentó enjuiciar a Pérez por el caso del Sierra Nevada, fue salvado de que lo inhabilitaran políticamente con los votos decisivos del Partido Comunista, Moisés Moleiro, Domingo Maza Zavala, Américo Martín y José Vicente Rangel, con el argumento de que ese era un juicio político impulsado entre bambalinas por Caldera y Rómulo. A partir de allí murió la lucha contra la corrupción, siempre se redujo a ser una simple arma política para desplazar a un adversario.

Pérez, Caldera y Luis Herrera hoy ya no se odian tanto, frente a un enemigo común sepultaron viejas rencillas. Desde Nueva York, en su respuesta a la pregunta de quién envainó a Venezuela, Pérez no menciona a Caldera. Según él, nos fregamos cuando a los partidos los devoró un proceso clientelar, dejaron de ser voceros de sectores sociales. Los culpables fueron los mismos dirigentes políticos, incluyéndose él. Habla de un largo proceso que acabó prácticamente con los partidos, nadie creyó en ellos y no hubo quien sirviera de intermediario entre el Estado y el pueblo. Por ese vacío se coló Chávez, cuando los partidos perdieron su razón de ser. Montesquieu, autor que Chávez conoce por las contratapas de sus libros, afirmaba hace tres siglos: “Es evidente que en una monarquía se necesita menos virtud que en un gobierno popular, ya que en una monarquía el que hace observar las leyes está por encima de ellas. Mientras que el gobierno popular se encuentra sometido a ellas... Cuando en un gobierno popular las leyes dejan de cumplirse, el Estado está ya perdido, puesto que esto sólo ocurre por la corrupción de la República. (El espíritu de las leyes)”.

Crepúsculo incesante

A Luis Herrera lo acusan casi tanto como a Pérez por el desastre. Domingo Alberto Rangel afirma que 18 de febrero de 1983 se envainó Venezuela y comenzó “un crepúsculo interminable; hasta ese día duró el modelo petrolero que entre 1900 y 1983 hizo que el bolívar pasara de 5,20 bolívares por dólar a 4,30, en 83 años se revalorizó la moneda venezolana frente al dólar. Por el contrario, en estos últimos 20 años saltó de 4,30 a 1.500. Nos casamos con el petróleo como única fuerza económica, nos volvimos un caso de arqueología económica y política, como todos los países petroleros, incluso Arabia Saudita. Estamos viviendo ahora un largo ocaso, igual que la España de los Austria, cuya decadencia duró 200 años”. Para la historiadora de la UCAB Carolyne Oteyza los responsables del envainamiento no fueron exclusivamente Pérez, Herrera, o los adecos del 45. Nos envainamos cuando las élites le dieron la espalda al país. “Y me refiero tanto a la élite económica como a la clase media, los profesionales y hasta los propios universitarios. Muchos rechazaban escandalizados realizar un proyecto de investigación, pagado, para una empresa. Era tal la abundancia de recursos en Venezuela que nos enriquecíamos sin ocuparnos de nuestro entorno. Terminamos teniendo, por ejemplo, una excelente Facultad de Derecho en la UCAB, mientras no había Estado de Derecho en Venezuela. Hasta mediados de los años 70, miembros de la élite se dedicaban a tareas en la administración pública. Algo similar ha ocurrido en el mundo occidental. Un hermano mío, francés, que visita regularmente Venezuela, y le encanta el país, dice que le recuerda a su tierra natal, como una caricatura a un original. La gente también se queja allá sin hacer nada por mejorar las cosas, también hay corrupción e inseguridad, aunque en menor escala. Por último, las más recientes elecciones presidenciales en Estados Unidos, tan vergonzosas, son otro ejemplo de esa decadencia de las instituciones”, dice.

Opinan los chavistas

Tarek William afirma que nos envainamos por la infamia que se cometió después del 23 de enero de 1958. Se perdió así una oportunidad histórica: no teníamos deuda externa, el pueblo estaba entusiasmado con la democracia, el dólar estabilizado. En los años siguientes el bipartidismo traicionó a Venezuela, germinó la crisis social, surgió la corrupción en gran escala y comenzamos a contraer una deuda impagable.

Velásquez Alvaray coloca en la picota a la primera presidencia de Pérez. Para este diputado cercano al chavismo, Rómulo Betancourt había logrado emparejar la situación y derrotar la subversión. Con el súbito aumento del petróleo todo se enredó, nos agobiaron problemas estructurales incontrolables. Según él, muchos de los responsables de esa catástrofe, con sus caras bien lavadas, aparecen hoy frente al país como si hubieran nacido ayer. En la piscina de un hotel del litoral, el Olé Caribe, mientras juega con una pelota de playa, Darío Vivas afirma que el país se envainó en 2000, cuando los adversarios de Chávez no aceptaron su derrota y comenzaron a conspirar.

Crónica de un fracaso

Nos envainamos, y ahora es la opinión del cronista, cuando un sistema reformista fracasó en reformarse a sí mismo, se enquistó una vieja dirigencia, fuimos el país latinoamericano que primero aplicó en democracia un programa de reformas económicas, y el primero que fracasó en ese empeño. No ocurrió de un día para otro, pero fue inevitable cuando el país votó en 1989 por la vuelta al buen tiempo viejo, y cinco años más tarde lo hizo por uno de los creadores del pacto de Punto Fijo postulado como un candidato antipartido, y, por fin, en 1998 por un militar que había dado un golpe de Estado.

Desde Pérez I sabíamos que había que reformar el país, fracasamos en el intento. Por los años 70, frente a la tesis revolucionaria de la guerrilla, la democracia venezolana había ofrecido la promesa de mejoras paulatinas, y aplicó un gigantesco programa social a través de la educación masiva, la electrificación, la creación de una clase media. Con razón 90% de los electores votaba por los dos grandes partidos hasta la década de los años 80. Hubo conciencia de la necesidad de reformar un sistema, en el cual por los años 70 se escogía por voto directo y universal únicamente al Presidente de la República, cuyo triunfo arrastraba el de los senadores y diputados. Había que enfrentar la incapacidad del Estado para impulsar la economía.

Asdrúbal Baptista dice que la caída de las inversiones venezolanas comenzó con el primer período de Pérez, pero las causas de ese desplome estaban inscritas en las mismas características de la economía venezolana. Desde esa caída de las inversiones se anunció la futura devaluación del bolívar, que evitó un tiempo en el gobierno de Herrera otro aumento brutal de los precios del petróleo. Había que reformar los partidos, la economía, las instituciones. Antes del plan de Miguel Rodríguez, Manuel Quijada impulsó la liberación de precios en el gobierno de Luis Herrera, en el segundo gobierno de Caldera la Agenda Venezuela presentó un plan de ajuste económico con mayor sentido social.

Políticamente la descentralización pareció triunfar, pero siempre fue saboteada por la dirigencia nacional, que desconfiaba de los poderes regionales. Algo andaba mal y sólo se nos ocurría, para exorcizar el peligro, hacer juramentos en el Samán de Güere, lugar favorito de malandros, creedores en la reencarnación y vagos de Maracay, según jura Manuel Felipe Sierra.