Estados Unidos: ¿Nación en decadencia?

Domingo Alberto Rangel

Innmanuel Wallestein, profesor de la Universidad de Yale y escritor cotizado publicó en un reciente número de la revista "Foreign Policy" un ensayo que va a repercutir en la vida intelectual de los Estados Unidos. Sostiene allí Wallestein una tesis inusitada o no tanto acerca del futuro de los Estados Unidos como potencia. Ha comenzado dice categórico, la decadencia imperial de ese país. Los acontecimientos o las fuerzas que empujaron durante un siglo hacia la cúspide han cesado de existir y ahora tórnanse adversos o aciagos invirtiendo su signo. Estados Unidos ascendieron, desde 1873, con firme impulsión hacia la cumbre del poderio y la riqueza. La dramática vida internacional que se inicia en 1914 con lo que Wallestein llama la guerra de los treinta años porque a su juicio las dos guerras mundiales del siglo XX fueron una sola contienda, favorece a los Estados Unidos. Mientras Alemania y Japón, sus enemigos en aquellas guerras salen golpeados o anonadados de ellas, Estados Unidos no ve dañado su territorio e incrementa sus fuerzas productivas. Para Alemania y el Japón las dos guerras mundiales dejan un calvario de ruinas y miserias, para los Estados Unidos ambos conflictos con senderos de fortalecimiento y de beneficio. Fueron tan afortunados los Estados Unidos según señala Wallestein que la URSS aliados, luego rival o enemigo en el tránsito de la Segunda Guerra a la guerra fría sale tan exhausto y golpeado que no puede entorbar a fondo los planes imperiales del gobierno norteamericano.

Han cesado las ventajas

Wallestein da vuelta a la hoja en su análisis y de lo positivo o propicio de ayer pasa a lo negativo o desfavorable de hoy. Estados Unidos asume en 1945 el liderazgo o la conducción del mundo capitalista. Y tal papel le impone unas guerras larguísimas, agotadoras, insidiosas y casi humillantes en lo moral. A tales guerras lleva el oficio de policía del planeta que Estados Unidos no puede eludir. El cabecilla, líder, capo o como quiera llamársele, con palabras ennoblecedoras o ignominiciosas tiene vedada la evasiva, la guerra es su maldición o pesadilla. Para desgracia de los Estados Unidos, agrego yo, su primado o hegemonía ha coincidido con el advenimiento del Tercer Mundo a la edad de la razón. Los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo al insurgir, armas en la mano y rencores en la mirada tenían que chocar con los Estados Unidos. Guerras aún ajenas al iniciarse como la de Vietnam, envolvieron a la potencia norteamericana y comprometieron de tal manera sus fuerzas y su prestigio que la derrota fue de ella y no de quienes la iniciaron en el bando vencido. Para el ojo común la guerra de Vietnam es un descalabro norteamericano cuando tal vez más derrotada haya sido allí Francia iniciadora de aquella querella. Las guerras del Tercer Mundo que han sido las únicas en librarse desde 1945 tienen dos características, son tan prolongadas como un viacrucis y liquidan o debilitan como hace la "tragavenados" con su víctima, de manera lenta e imperceptible. Estados Unidos como supremo "guachiman" del planeta es contendor inevitable de estas guerras agotadoras.

Un monstruoso aparato militar

Estados Unidos sufre ahora, con todo su rigor la tragedia de parecerse a Gulliver quien era el único gigante en un mundo de enanos. No hay conflicto, no hay contumelia, no hay desafío que a la corta o la larga no concierna o implique a los Estados Unidos. No pueden ellos abstenerse, hacerse los desentendidos o actuar como neutrales. Su condena es intervenir en todo. Y ello les impone un aparato militar monstruoso. Los ejércitos tienen un doble papel en la vida moderna. Pueden salvar o pueden matarse. Como el que viene en dosis limitadas reanima o estimula y en dosis excesiva mata, un aparato militar puede animar o aplastar. Los países militaristas han sucumbido todos como en los barrios parecen los guapos profesionales. Dos razones median para ello. El guapo lo mismo que la potencia suprema concita todos los odio anima adversiones y antipatías y tienen que vivir preparándose en todo momento para la riña. Todo esto se traduce en el caso de los Estados Unidos en un presupuesto de defensa de proporciones himalayicas. Trescientos ochenta mil millones de dólares es el del 2003 según revelaciones de la prensa norteamericana. Puede medirse la significación de esta cifra comparándola con la del país que sigue a Estados Unidos por la magnitud del gasto militar, Francia, cuyo presupuesto de defensa es de cuarenta mil millones de dólares.

La maldición: no hay paz

El papel de policía universal impone un corolario gravísimo, avizorado ya por Osama Bin Laden en la famosa alocución que difundió por el mundo la planta Al Yazira de TV, el de no poder retirarse de ningún país. Hace un año Estados Unidos cayó sobre el Afganistan y expulsó al gobierno de los talibanes. Tanto el señor Bush como el señor Powell aseguraron que sus tropas permanecerían unos meses en aquel país. No han podido ni podrán cumplir tal promesa. Si Estados Unidos se retiran vuelven los talibanes en el acto. A Arabia Saudita llegaron en 1991 unos poderosos contingentes militares norteamericanos. Permanecerían allí unos meses, llevan ya casi trece años y su permanencia ha tenido un colofón trágico, llevó a Osama Bin Laden, criado de la CIA ayer, a enemistarse con Estados Unidos hasta extremos de obsesión. La condena norteamericana consiste en tener que ocupar países y luego no poderse retirar de ellos. De Filipinas prometieron marcharse los destacamentos militares gringos en 1946, llevan más de medio siglo en mora de cumplir tal promesa, Japón y Corea del Sur siguen siendo países ocupados. No retirarse he allí la maldición gitana de este imperio. Wallestein tiene razón. Lo grave para el género humano es que los imperios en decadencia suscitan guerras inacabables. ¿Vendrá la decadencia norteamericana entre guerras de ese tipo?