Claves parar entender el proceso venezolano actual

Rafael Simón Jiménez

Abogado y educador, Vicepresidente primero de la Asamblea Nacional

El viejo tiempo no termina de fenecer; y el nuevo no termina de parir

Antonio Gramsci, ideólogo del socialismo italiano, solía afirmar que el punto más álgido y dificultoso de una crisis se producía cuando el tiempo viejo no terminaba de morir y el tiempo nuevo no terminaba de llegar. Esta frase quizás sea la que mejor patético la realidad que hoy arropa a los venezolanos y cuyo análisis, interpretación y eventuales salidas se encuentra dificultada por el simplismo, el superficialismo, el reduccionismo, el unilaterismo.

Las eventuales salidas de esta realidad también está dificultada por todo cuanto resulte sinónimo indeseado de obstrucción mental para pensar con soltura y libertad, y zafarse de las gríngolas impuestas por un debate cerril e intransigente entre dos bandos fanatizados que pretenden imponer no solo su verdad, sino su hegemonía sobre el contendor, sin entender que ello no solo es imposible por perverso, sino además por irrealizable.

El sistema de relaciones políticas y sociales, edificados por el viejo modelo democrático inaugurado el 23 de enero de 1.958, tras una historia de 128 años de guerras civiles, desgarramientos intestinos, caudillismos y tiranías, adoleció de una falla estructural que en definitiva iba a conducir a su progresivo desgaste, descrédito y colapso representado en su blindaje, inmutabilidad y protección para su adecuación y reforma a los cambios que la expansión del propio sistema político, económico y social iba a generar. Los partidos, las instituciones públicas, la arquitectura del Estado, todo me diseñado con sentido de intangibilidad y por tanto refractario a todo género de demandas y requerimientos reformistas. Los partidos fundadores y fundamento de la democracia, diseñaron un modelo de vida pública donde su excesivo protagonismo no dejaba espacios para otros actores, asfixiando las posibilidades de independencia, autonomía y actuación de gremios, sindicatos, comunidades y organizaciones civiles, confiscando sus ámbitos de actuación y subordinándolas a sus dictámenes.

De la misma manera la interrelación partidos-estados-poderes fáctivos, nació con la esencia de la relación plutocrática, que prontamente condicionó la acción política, edificando una relación indebida, donde los grupos de presión económica colonizaron espacios de poder hasta hacerlos propios. Durante muchos años en el país se consagró una regla no escrita según la cual los Ministros del área comercial (Fomento, Hacienda, Planificación) eran por derecho propio representantes de Fedecámaras, lo que por supuesto interfería el diseño de las políticas públicas terminando, para decirlo de una manera gráficamente coloquial, "cobrándose y dándose el vuelto". Los grandes medios de comunicación, expresión de ese poder del dinero, pasaron de financistas y promotores a actores directos de la política, condicionando los apoyos mediáticos a las cuotas burocráticas y/o parlamentarias; y el movimiento laboral, fundamentalmente cetevista apéndice del buró sindical de AD terminó siendo un poder real en la política partidista y en la definición de iniciativas estadales, e igualmente devino hacia los grandes negociados que desprestigiaron su actuación con affaires como los del Banco de Trabajadores de Venezuela (BTV) o (su financiera) Coracrevi.

Ese sistema político, denominado de conciliación de élites, cabalgó en lo económico y social sobre un estado todopoderoso administrador, o mejor dicho dispensador y derrochador de los inmensos recursos petroleros y fiscales, canalizados a través de un sistema redistributivo que pese a su carácter regresivo, permeó un relativo bienestar al conjunto de la población, a través de un gasto público desordenado, incoherente y derrochador que terminaría incubando una crisis sin precedentes y sobre todo revertiendo los niveles de bienestar y progresos relativos alcanzados por importantes sectores venezolanos, que vieron progresivamente primero y vertiginosamente después, caer su ingreso, capacidad adquisitiva y por ende su propia condición social, hasta engrosar a niveles escandalosos y obscenos la marginalidad la pobreza y la exclusión social, generando un profundo malestar en la sociedad venezolana.

La deslegitimación del sistema político, cerrado sobre sí mismo y sobre sus privilegios e imposibilitados por tanto de entender los cambios y demandas de una colectividad sumida no solo en el malestar sino además concientizada para nuevas formas de acción y protagonismo distinto al fórceps partidista, se hizo sobre todo patética en lo que pudiéramos denominar la etapa terminal del viejo sistema puntofijista, donde pese a todas las clarinadas y señales de agonía, una clase política acusando una decrepitud y un autismo producto de su propia corrupción y estulticia, no quiso o no pudo introducir los cambios, las transformaciones y reformas que le permitieran una renovación sin traumas, temerosos tal vez de que al pretender refraccionar lo existente, todo el andamiaje se viniera abajo.

Hugo Chávez, con todo lo que ha representado su liderazgo en términos de entusiasmo y adhesión popular, no fue el destructor del viejo modelo político, sino quien presidió sus exequias. Esa vieja forma de conducir el estado y de actuar en la política estaba liquidada por lo menos una década antes, y la prolongación de sus estertores solo pudo ser posible porque el denominado "fenómeno Caldera" hijo del rechazo y la inconformidad a todas luces manifiesta, permitió prolongar su muerte de mengua en medio de la imposibilidad del anciano líder para entender el rol histórico que Venezuela le reclamaba y que en nada se correspondía con la inercia y el gatopardianismo que fueron los signos de su gestión.

La votación mayoritaria para las dos opciones de cambio, que protagonizaron la contienda electoral de 1998, la de Hugo Chávez portador de un mensaje de cambio profundo y radical y la de Salas Romer exponente de una visión moderada pero igualmente rupturista frente a lo tradicional, testimonian a claras luces que los deseos de transformación y de profundos cambios en la política y la sociedad venezolana, más aún si a ello se añade la virtual liquidación de las viejas maquinarias políticas cuyo signo tragicómico lo representaron el naufragio de las candidaturas de Irene Sáez y Alfaro Ucero.

Si quisiéramos hacer uso de las síntesis para no extendemos en las consideraciones en tomo a la gestión cumplida hasta ahora por el presidente Chávez, y despacharla con una mención genérica y neutra, diríamos que como toda obra humana está llena de aciertos y de errores; pero también pudiéramos con mayor claridad precisar que Chávez en el poder ha sido certero a la hora de definir la prioridad de los cambios políticos como primeros y determinantes, e incluso también preciso en la necesidad de demoler todo el viejo andamiaje político, legal, institucional que soportó a la IV República, pero que la dirección de la fase constructiva o reconstructiva ha dejado mucho que desear sobre todo a la hora de mantener la sintonía con ese deseo mayoritario de cambio presente en Venezuela y que catapultó los primeros meses de su gestión hasta un 80% su aceptación popular.

El crecimiento de la oposición, la extremada división, la fractura de la política y la sociedad que hoy se testimonian como una verdad fehaciente e incontestable, tiene si queremos actuar con sinceridad y autocrítica frente al país y frente a nosotros mismos, que motivamos a una profunda reflexión, que apunte en la dirección de la corrección y la enmienda.

Dos errores serios en la fase constituyente pesaron mucho en el devenir del proceso de cambios; el primero no haber actuado con eficiencia, e incluso con excepcionalismo frente a la corrupción del pasado y frente a sus propiciadores, cómplices, beneficiarios y encubridores, el hecho de que después de tanto lapidar y satanizar todo el latrocinio de la clase política del pasado, no hubiera ni un solo preso importante por corrupción constituyó no solo un error, sino una inconsecuencia con una promesa que resultaba la mas sentida, tanto por los requerimientos de profilaxis política que demandaba la sociedad, como por la trayectoria y la incuestionable honestidad del presidente Chávez. Esta inexplicable inconsistencia genera no solo desconcierto y decepción, si no que anima y motiva a seguir las mismas prácticas indebidas como lo hemos visto evidenciado en el gobierno de la V República.

El segundo compromiso, expresado en demandas y clamores de los venezolanos, se traducía en darle direccionalidad a la renovación y refundación del movimiento sindical venezolano, cuya dirección cetevista era percibida con justeza y claridad por la mayoría del país como corrupta y desclasada, ajena a los intereses de los trabajadores, negociante de privilegios, dependiente y subordinada a los intereses partidistas, y detentadora de beneficios indebidos.

Esta iniciativa de renovación no tenía nada que ver con una visión intervencionista o estatista, sino con permitir mediante medidas legales y administrativas que los propios trabajadores a través de mecanismos electorales prístinos y confiables pudieran darse una dirección clasista y transformar el movimiento sindical para ponerlo a tono no solo con las demandas de la clase trabajadora sino con los intereses del desarrollo nacional. Lo que se hizo en este campo, se consiguió de una manera tan errónea y disparatada que el objetivo no solo no se alcanzó sino que se revirtió, por lo que las indefiniciones y torpezas terminaron no solo no renovando el movimiento sindical, sino refrendando y en cierta forma hasta "prestigiando" la dirección cetevista que hoy se da el lujo de ser uno de los factores más beligerantes y activos en el campo de la oposición.

El gran logro del proceso de cambios que durante los últimos cuatro años ha liderizado Chávez, es sin duda la Constitución Nacional de 1999, la cual sin ser perfecta ha terminado siendo admitida por partidarios del gobierno y opositores como un texto moderno que recoge una visión paradigmática del país a construir, y que sobre todo en el campo de los derechos y garantías ciudadanas se inscribe entre las más avanzadas del mundo. En este texto fundamental se diseña un país inclusivo no discriminatorio, un sistema económico que contabiliza mercado, propiedad, iniciativa privada y una visión de lo social presidido por la solidaridad, la equidad y la justicia. No hay en el texto constitucional de 1999 un solo aspecto a partir del cual los venezolanos podamos dividimos, enfrentamos o excluirnos, por el contrario el diseño del país, de su sociedad, de la política, de la economía, de la cultura reconoce diversidad, pluralismo, mixturas, todo dentro de un proyecto nacional compartido.

Sin duda que ha sido la incapacidad de gobierno-sociedad civil-partidos-Grupos de presión, para definir un nuevo sistema de relaciones, como resulta lógico y pertinente en todo modelo democrático moderno, lo que más ha conflictivizado la vida nacional. Apuntábamos las perversiones hacia las que derivó la interrelación entre esos sectores en el viejo modelo político y lo acertado de su liquidación, pero nada se ha hecho por reconstruirla a partir de una relación respetuosa, transparente y clara, donde el Estado y el Gobierno abran espacios para la expresión legitima de las aspiraciones y planteamientos de todos los sectores nacionales cuya opinión resulta útil y pertinente sobre todo a la hora del diseño de políticas, planes e iniciativas públicas. A la relación plutocrática que le imponga al Estado y los partidos el dominio de los dineros sobre la política, no tiene porque anteponérsele a una visión confrontacionista ni antagónica per se, ni permanente.

El gobierno está obligado en su compromiso de representar al conjunto de los sectores de la sociedad, a abrir canales de consulta y opinión y a escuchar los planteamientos, demandas y clamores de todos los grupos de interés, por supuesto sin condición de aceptarlas. Una relación fluida, institucionalizada y seria con los grandes medios de comunicación, con Fedecámaras, los partidos políticos, el movimiento laboral y la sociedad civil, debe además estar presidida por un trato respetuoso, que en absoluto desmerita el no acceso a sus requerimientos cuando no sean compatibles con los intereses de la mayoría.

La pretensión hegemónica, excluyente, impositiva, sectaria, intolerante y fanática, es absoluta y totalmente incompatible con la idea democrática y su ejercicio, y cualquier proyecto político que pretenda llevarla adelante está fatalmente condenado al fracaso.

Venezuela ha desarrollado una cultura democrática arraigada en su músculo social e inmunizada e idemne a pretensiones de suprimir o sustituir el ejercicio de la libertad en todas y cada una de sus diversas manifestaciones cotidianas.

No hay nada más ajeno y que cause más rechazo en los venezolanos que alguien pretenda imponerle a la fuerza una postura, tal vez porque somos un pueblo que en su formación y en sus hilos históricos ha estado signado por la diversidad, el mestizaje, lo levantístico y plural que se manifestó en nuestro devenir histórico en fuerza colectiva para luchar contra tiranías, dictaduras y caudillos.

En la Venezuela de hoy, continúa presente, quizás con más fuerza que antes, un propósito, una voluntad y un empeño de cambio en la dirección de la modernidad que implica entre otras cosas absoluto rechazo a la idea de regreso al pasado. Este sentimiento está presente mayoritariamente entre los seguidores del Presidente, pero también en quienes militan en la oposición y fundamentalmente en la sociedad civil organizada.

Las contradicciones, la diversidad de objetivos y hasta las disputas de liderazgos que se manifiestan diariamente en la fortalecida pero fragmentada oposición venezolana, testimonian con claridad la incompatibilidad entre los liderazgos "fantasmales" del pasado, responsables en buena medida de la quiebra ética, económica y social de la República y que como dinosaurios antidiluvianos pretenden trascender a un tiempo que les está vedado, y los nuevos liderazgos construidos en la lucha de la sociedad y que desean que cualquier solución a la actual situación venezolana sea para que el país avance y progrese y jamás para retro-cederlo a un pasado de vergüenza y fracaso.

Un viejo tiempo que no termina de fenecer, y un nuevo tiempo que no termina de partear, marcan hoy en día a la sociedad y la política venezolana; como signo alentador en medio de tantas amenazas y peligros para la paz y la libertad de los venezolanos podemos evidenciar una inmensa mayoría de ciudadanos colocados a uno y otro lado del debate político y de la fractura societal, que creen y defienden la democracia como único sistema en el que los habitantes de este país podemos vivir, pero además convencidos de que Venezuela debe seguir adelante y que cualquier proyecto de futuro debe ser para encontramos unos y otros en el propósito de construir un país moderno, productivo, justiciero, donde el bienestar y la prosperidad presidan merecidamente la vida de los venezolanos.

R.S.J. / ©alia2 c.a.