¿Periodismo?

John Pilger

El pasado 8 de abril, los periódicos de todo el mundo publicaron una noticia sobre el asesinato de un niño iraquí de 10 años firmada por un corresponsal de Reuters "integrado" en el ejército de los Estados Unidos. Un soldado estadounidense había "descargado su ametralladora y el chico (...) se desplomó sin vida sobre un montón de basura". El tono de la noticia se mostraba comprensivo con el soldado, "un joven de 21 años que habla con dulzura", quien, "aunque no se arrepiente de haber abierto fuego, es evidente que desearía que la víctima no fuera un niño".

Según Reuters, "al parecer" los niños estaban siendo utilizados como "combatientes o, más bien, como batidores y encargados de conseguir armas. Los oficiales y soldados estadounidenses señalan que ello los convierte en un blanco legítimo". El soldado que mató al niño tildó de "cobardes" a los que actuaban como su víctima sin que se le cuestionara por ello. En ningún momento se sugería que los estadounidenses estaban invadiendo la patria de la víctima. Reuters permitió entonces al jefe de la sección a la que pertenecía el soldado que defendiera al asesino: "¿Se siente atormentado? Por supuesto. Yo mismo me siento angustiado y eso que ni siquiera apreté el gatillo. No me entra en la cabeza cómo pueden poner a sus hijos en tal situación". Adivinando quizá que los lectores podían empezar a sentirse un tanto incómodos llegados a este punto, el corresponsal de Reuters apuntó unas palabras tranquilizadoras de su cosecha: "[El soldado] afirma que, hasta ahora, al igual que muchos soldados jóvenes, estaba deseando conseguir su primera 'presa' en una guerra. Ahora parece más maduro".

El pasado domingo leí en el Observer que "Iraq le ha valido a Reuters 20 millones de libras esterlinas". Estos son los beneficios que la agencia obtendría con la guerra. En las páginas de negocios, se describía a Reuters como "una empresa modelo cuyo ilustre estilo y reputación la hacen incomparable. Como agencia de noticias, se la celebra por su fidelidad y objetividad". El artículo del Observer lamentaba que las "zonas de conflicto en el mundo" sólo generaron alrededor del 7% de los 3,6 billones de libras que la empresa modelo ingresó el año pasado. El otro 93% procede de los "más de 400.000 ordenadores repartidos por las entidades financieras de todo el globo" que producen como salchichas "información sobre finanzas" para el ávido "mercado" de la especulación que nada tiene que ver con el periodismo. De hecho, constituye la antítesis del auténtico periodismo porque es diametralmente opuesto a la verdadera humanidad. Se trata del sistema que ha respaldado el ataque ilegal y sin fundamento contra un país devastado e indefenso y cuya población está compuesta en un 42% por niños; niños como el asesinado por un soldado que, según el artículo de Reuters, "ahora parece más maduro".

Hay algo tremendamente corrupto que está carcomiendo mi profesión. El fenómeno no es reciente. Basta con fijarse en la "cobertura" de la Primera Guerra Mundial que realizaron periodistas a los que, posteriormente, se les concedió el título de sir por los servicios prestados a la hora de ocultar la verdad de aquella tremenda masacre.

Hoy en día, la diferencia hay que encontrarla en la tecnología que produce un alud de información repetitiva y que, en los Estados Unidos, ha sido el origen de lo que posiblemente se podría denominar como el lavado de cerebro más descarado de la historia de dicho país.

Una guerra que apenas si se merece el nombre, de tal unilateralidad que debería pasar a los anales de la historia militar como un hecho vergonzoso, que se retransmitió como si se tratara de una carrera de fórmula 1 mientras contemplábamos cómo nuestro equipo pisaba el acelerador en dirección a la bandera de cuadros situada en la plaza Firdos de Bagdad, donde se derribó la estatua de un dictador creado y mantenido por "nosotros" en una ceremonia que podría considerarse como el súmmum de la farsa. Allí estaba el asalariado de la CIA, un doble del títere de los Estados Unidos Ahmad Chalabi, orquestando ese feliz momento mediático de la "liberación" del que fueron testigos "cientos" - ¿o fueron más bien "decenas"? - de asistentes rebosantes de alegría, mientras tres tanques estadounidenses custodiaban solícitos las entradas al escenario. "Gracias, muchachos", dijo un marino al corresponsal en Oriente Medio de la BBC en agradecimiento a la "cobertura" de esta cadena. Su gratitud no tenía nada de sorprendente. Como indica David Miller, analista de medios de comunicación, un estudio sobre la cobertura de la guerra en cinco países demuestra que la BBC fue la cadena que consintió en menor medida las posturas contrarias a la guerra. Su 2% de emisión de opiniones disidentes fue incluso menor que el 7% de la cadena estadounidense ABC.

Las honrosas excepciones son pocas y conocidas. Por descontado, nadie pone en duda que los periodistas destacados sobre el terreno no lo tienen nada fácil. Les rodea el polvo, deben cumplir sus plazos de entrega, les acecha el peligro y están sujetos a una relación de dependencia de un sistema militar ajeno.

Es imposible saber con seguridad cuál de estos motivos originó la parodia de Reuters descrita anteriormente. Me imagino que ninguna, ya que ésta ilustra la esencia de la propaganda. La protección y la disculpa de "nuestro" bando es una acción voluntaria; algo que, al parecer, llevamos en la sangre. Los "otros" no son, sencillamente, como "nosotros".

Imaginen el terror de una madre encogida de miedo junto a sus hijos en el margen de la carretera, mientras el "joven de 21 años que habla con dulzura" sopesa si los va matar a ellos o más bien al anciano que no ha detenido el coche. Los niños son, sin duda, "batidores", mientras que el viejo ve tú a saber quién es, ni falta que hace. Imaginen ahora que eso sucede en una de las principales calles del Reino Unido durante una invasión de este país. ¿Una idea absurda? Eso sólo ocurre en países como Iraq, a los que se puede atacar a voluntad y sin un ápice de legitimidad o moralidad; son, por supuesto, países débiles y nunca países con armas de destrucción masiva. Los Estados Unidos sabían que Saddam Hussein estaba desarmado.

La corrupción del periodismo se hace más patente al regresar a la cabina de prensa, ya lejos del polvo y la muerte. "Es cierto que la guerra se ha cobrado demasiados muertos", escribió Andrew Rawnsley en el Observer. "Todas las guerras se cobran demasiados muertos. Las guerras son horribles y brutales pero, como mínimo, este conflicto ha resultado afortunadamente breve. El número de fallecidos ha resultado mucho menor del que se temía. Si miles de personas han muerto en la guerra, fueron millones los que perdieron la vida en manos de Saddam".

Conviene prestar atención a esta lógica, porque es la médula de lo que nos ofrecen día tras día, noche tras noche. Este razonamiento implica que es correcto haber asesinado a miles de personas durante la invasión de su patria porque "millones" han muerto de manos de su dictador. El lenguaje vago y la frívola negación de la vida humana - cada vida forma parte de muchas otras - resultan asombrosos. Saddam Hussein mató a muchísimas personas, pero ¿se puede hablar de "millones", como en el caso de Stalin y Hitler? David Edwards, de MediaLens, se dirigió a Amnistía Internacional para preguntar sobre el asunto. La organización elaboró un informe sobre los asesinatos de Saddam, que ascendían a centenares cada año, pero no a millones. Se trata de un atroz testimonio que no necesita de las exageraciones emanantes de la propaganda estatal; una propaganda cuyo objetivo, como en el caso de Rawnsley, consiste en proteger a Tony Blair de las graves acusaciones de las que mucha gente de todo el mundo lo considera culpable.

Rawnsley, por ejemplo, no menciona ni una sola vez a los cientos de miles de iraquíes que murieron como resultado directo del asedio medieval que padeció Iraq durante doce largos años, liderado por los Estados Unidos y respaldado por Gran Bretaña y, de manera entusiasta, por Blair. Joy Gordon, una profesora universitaria de Connecticut, ha dedicado tres años al estudio de este embargo como arma de destrucción social. La revista Harper's Magazine publicó un anticipo de su amplio y espeluznante trabajo, en el que describe "un acto legitimado de matanza masiva".

Los protectores de Blair consideran que algo tan predecible como que la mayor potencia del mundo aplaste a un país indefenso del tercer mundo supone una "justificación". El gran periodista e internacionalista israelí Uri Avnery ha escrito recientemente acerca de esta corrupción del intelecto y la ética. "Planteemos la cuestión del modo más provocativo posible", comentaba el 18 de abril. "¿Qué habría pasado si Adolf Hitler hubiera triunfado en la Segunda Guerra Mundial? ¿Habría justificado con ello la guerra? Supongamos que Hitler hubiera sentado en el banquillo a sus enemigos en el tribunal de crímenes de guerra de Nuremberg: Churchill por el terrible ataque aéreo sobre Dresden, Truman por lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, y Stalin por asesinar a millones de personas en los campos del Gulag. ¿Opinarían los historiadores que aquella fue una guerra justa? Una guerra que acaba con la victoria del agresor es aún peor que la que termina con su derrota, ya que resulta mucho más destructiva, tanto desde el punto de vista moral como físico".