Dedos del golpe

Earle Herrera

Están echando al pajón al doctor Carmona. Esa es la orden entre quienes lo acompañaron hasta sus pocas pero intensas horas de gloria en Miraflores. Al adulado de la víspera, sus ex socios de aventura hoy lo presentan como una especie de genio maligno que engañó a medio mundo, puras inocentes criaturas. Carmona habría maquinado y tejido una madeja en la que militares, empresarios, organizaciones no gubernamentales piratas y faranduleros ignoraban su macabro plan. Cuesta un pelo tragar semejante versión de tan colosal, sofisticada y costosísima conspiración.

El ex presidente de Fedecámaras -él solo- captó militares, organizó huelgas, pagó remitidos de bucaneros «no gubernamentales», impuso líneas editoriales, manipuló al pobre Carlos Ortega y a la CTV, envolvió a los irreconocibles perseguidores de Primero Ajusticia, reclutó palangristas e inyectó odio en un sector de la población con el fin de crear las condiciones para el golpe fascista. En el guion estaban los muertos.

Retirados los chavistas de Chuao, había que buscarlos en Miraflores. De haberse replegado de allí, se embestiría contra el palacio para provocar a la guardia de honor. Los muertos serían la excusa para tumbar al Presidente sin que un golpe de Estado pareciera un golpe de Estado.

Por encima de Carmona, ahora convertido en coartada de los involucrados, el dedo delator apenas coloca a un vendedor de armas que se hace rodear por bandas de pistoleros. Por cierto, si la marcha era pacífica, ¿cuál era el papel de estos pistoleros? Quede eso allí como notitia criminis. A la clase media se le llevó a un matadero e involucró en un golpe de Estado sin consultarla jamás. Un primo de Pérez Recao ahora dice que ellos pagaron la marcha, ¿entonces? Fracasada la intentona, algunos líderes huyeron del país y otros se desataron a declarar, acusar y escribir sin demasiada gallardía.

Una pegajosa canción, «yo te aseguro que yo no fui», sustituyó el estribillo «se va, se va». Los efímeros ministros y preministras juran que no sabían que eran ministros y preministras. Los que secuestraron los nombres «sociedad civil», «ONG» y se precipitaron a publicar un histórico remitido felicitando al nuevo amo del poder, se declaran engañados. Los redactores del Acta Constitutiva que arrasó con todas las instituciones, hacen creer que el redactor fue el mismo Carmona, convertido de repente en un diabólico Licurgo.

El empresario habría obligado a los invitados a Miraflores a firmar dicha acta. Bajo amenaza, se supone, ordenó a los alcaldes de Baruta y Chacao convertirse en esbirros y perseguir a los adversarios durante aquellas pocas horas de desatado fascismo. Llevó turbas al asalto de embajadas. Le escribió a Fapuv, Federación Médica y «ONG» vergonzosos remitidos de adulación y las obligó a publicarlos. Y menos mal que no hubo prensa el domingo porque todavía estuviéramos leyendo comunicados de pleitesía y bienvenida a la «libertad» (de la que conocimos apenas una cuota en los allanamientos).

Lanzado todo el lodo sobre Carmona, se procede a exculpar a Ortega y la CTV, también castas palomas víctimas del perverso genio del empresario. Se dan nombres de inocentes y culpables, de fascistas buenos y malos. Se ignora la base para clasificarlos. Tremendo hachazo le metieron a la clase media, una auténtica puñalada trapera a un sector de venezolanos que creyó en ellos y al que le jugaron sucio, muy sucio. Me van perdonar quienes nos presentan al doctor Carmona como al funesto autor de todo eso, pero tengo en la sesera que semejante conspiración no la puede ni pudo ejecutar un solo hombre. Otros debieron ayudarlo en esa colosal, disparatada, irresponsable aventura que desembocó en insaciable fascismo cuando todavía no le habían salido los dientes de leche. También me permito dudar de la inmaculada inocencia de los que, después de caído el hipopresidente, lo acusan y canturrean: «Yo te aseguro que yo no fui».

PS: Lean con un espejo. A los que acusan de bichos, denle el beneficio de la duda. A las castas palomas, la precaución de la sospecha.