Tomado de: Panorama Digital

Ahora es cuando va a saberse quién ponía las bombas que durante varios meses estremecieron al Irak ocupado por los Estados Unidos. Había sobre ese particular dos hipótesis opuestas. Una de ellas sostenía que los atentados eran la obra de grupos terroristas adscritos al fundamentalismo islámico que tiene por símbolo a Bin Laden. Otra hipótesis se inclinaba por asignarle esa responsabilidad a Saddam Hussein. Los próximos meses nos dirán quién tenía razón.

Si cesan por completo los hechos del sabotaje y el atentado es obvio que su autor fue Saddam Hussein, pero si estos continúan habría que darle crédito a la otra hipótesis. De todas maneras no creo que deba esperarse mucho tiempo para tener ideas claras sobre el proceso que viene ocurriendo en Irak.

Saddam Hussein fue en cierto modo desde que asumió la presidencia de ese país un usurpador. Recuérdese cómo él desplazó de legítimos cargos de dirección en el Estado o en el partido gobernante a líderes que tenían no solo precedencia jerárquica sino mayor popularidad y crédito.

En cierto modo la carrera de Saddam Hussein fue una sucesión de golpes arteros dentro del partido dominante para desplazar a empellones a hombres y mujeres que tal vez hubieran impartido al país una trayectoria diferente.

¿Y qué va a pasar ahora?

El problema que se plantea ahora no atañe ya a Saddam Hussein que es tal vez un cadáver político. Hay en Irak un serio vacío político difícil de ocultar. El partido de Saddam Hussein era una máquina infernal en muchos aspectos o en muchas situaciones. Aseguraba sin embargo, el orden o la quietud cuando menos de aquel país. No había allí una resistencia militante ni un descontento que pudiera captarse desde afuera.

Ahora, desde la intervención norteamericana, se suceden a diario los atentados que no pueden mantenerse si quienes los perpetran no disponen de algún margen de simpatía popular. En un país donde estallen las bombas a menudo, si la policía no localiza a los autores de tales hechos es porque estos gozan de auspicios que les permiten borrar toda huella o refugiarse donde no puedan ser localizados.

El terrorismo jamás ha dejado de tener asideros cuando alcanza cierto grado de desarrollo. Sería imposible mantener en jaque a una sociedad si no hay fuerzas de cualquier tipo dispuestas a arrimarles el hombro, o por lo menos a ser tolerantes con los terroristas. En el Irak de estos tiempos nadie podría mantener una resistencia armada frente a un ocupante tan poderoso como Estados Unidos sin la ayuda de la burocracia de Saddam Hussein o de los grupos clandestinos de Bin Laden.

El vacío político

No hay a la luz de éstas reflexiones quien pueda gobernar a Irak fuera del fundamentalismo o del nacionalismo de Saddam Hussein. Este último estaba bastante desprestigiado y la manera de entregarse lo desprestigia más aún, pero tenía y tiene una burocracia adiestrada en gobiernos que se remontan a 25 años atrás, o mejor, que duraron más de 25 años. En la práctica, la única fuerza política existente en el Irak hoy es el fundamentalismo islámico.

No hay otra a la vista y no es probable que surja otra hasta donde pueda preverse en el futuro. A medida que pase el tiempo el Irak será escindido en dos campos de neta separación. Al lado de los Estados Unidos como ocupante habrá una clientela de total impotencia como ya lo han demostrado los acontecimientos, y frente a ella las sectas fundamentalistas cuyo alcance o popularidad no es posible medir pero son demostrativas ya de obstinación o tenacidad y de audacia indiscutible. Para los Estados Unidos se perfila entonces un problema claro, gobernar en Irak supone un acuerdo, tácito o expreso, directo o indirecto, con los grupos fundamentalistas o con algunos de ellos, si esto último fuere posible.

En este momento, por supuesto, resulta inconcebible toda intentona de negociación o acercamiento entre los fundamentalistas y los Estados Unidos. Satanás jamás ha negociado con Jehová y este último jamás podría aceptar cualquier relación con el demonio. Pero la trastienda política existe y en situaciones como la que estamos analizando podría convertirse en solución inevitable.

El panorama internacional

Los problemas de Irak van a ser resueltos, no importa cuan complicados sean, en dos campos que se entrelazan el uno con el otro. El primero deriva de la situación del propio Irak. Una resistencia que siguiera o mantuviera el ritmo que traía desde mediados de 2003 impondría a los Estados Unidos una seria negociación con sus adversarios iraquíes. El mismo desenlace podría sobrevenir si en el concierto internacional hubiere graves presiones sobre Estados Unidos para obligarlos a adoptar una solución política en Irak.

A la luz de éstas hipótesis parecería obvio pensar que Estados Unidos tendría a la corta o a la larga que aceptar alguna transacción que hoy resulta casi inconcebible. Hay un peligro que los estrategas del gobierno de Washington no olvidan. El fundamentalismo islámico está emergiendo como el vehículo político, el cauce moral y el derrotero estratégico de todos los pueblos que de una u otra manera ven en Mahoma a su apóstol y a su caudillo.

Una ocupación de Irak, sin que se solucione al mismo tiempo el problema político, sería fatal para Estados Unidos porque convertiría al fundamentalismo islámico en lo que fue Mahoma, un profeta y un caudillo al mismo tiempo.




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