Viernes 2 de enero de 2004

Tomado de: espanol.geocities.com/mariana_hzz

El modo infinitamente altanero en que se dirigen a la nación estos opositores derrotadísimos hace pensar que se sienten radicalmente por encima del país. No se trata de una superioridad relativa sino radical. Veamos.

Es relativo que uno, por ejemplo, ceda el paso a los mayores y los trate con cosita. Es relativo que un caballero nos ceda el paso y se comporte como eso, como un caballero de esos que hay. Es relativo que una religiosa trate de “reverenda madre” a una superiora. Es relativo que un padre trate a sus hijos con solicitud.

En estos casos uno puede ser el otro: puede llegar a persona mayor, puede ser hijo, padre o también dama, que es simétrico de caballero y tiene también sus deberes específicos de cosita hacia el caballero. Una religiosa puede llegar a ser superiora. En los casos de superioridad o inferioridad relativas nadie está radical ni permanentemente ni por encima ni por debajo del otro. Puede ser incluso una cosita temporal, como cuando uno cede el paso a un amigo enfermo, mientras se cura.

Pero es radical cuando uno jamás puede llegar a ser el otro. Como cuando un negro no puede entrar a ciertos locales nocturnos de Las Mercedes, en Caracas, mientras sea negro, o sea, para siempre; cuando no importa matarlo; cuando una casta no puede ser tocada ni se puede uno dirigir a ella, como los intocables de la India, los shudras, que se ocupan de labores “inmundas” en el más sótano social, al cual están condenados desde siempre y para siempre, desde sus ancestros y hasta sus descendientes más remotos. Una gota de sangre negra te hace negro en el Sur de los Estados Unidos. Hay que decir que este sistema hindú de castas era previo a la conquista inglesa, pero que los ingleses no sólo se aprovecharon de él sino que lo hicieron impermeable para sus propios fines de dominación. También en la Edad Media hubo los bellatores o guerreros, los nobles, los conquistadores, los depredadores, los que derivaban su poder de la fuerza de las armas; los laboratores o trabajadores, siervos, los de menor poder; y los oratores u oradores, los clérigos, los académicos, los rezanderos, los que hoy llamamos intelectuales. Luego estuvieron también los burgueses, los comerciantes, los que en la India llaman Vaishyas.

En la India, por encima de todo otro poblador, en el nivel superior de una escala de cuatro, están los brahmanes, la casta superior de sacerdotes y aristócratas. Es impensable aún que uno de éstos pueda siquiera dirigirse a un shudra, un inmundo, un tierrúo hindú, un laborator. Dicho sea de paso, en Nueva Inglaterra, Estados Unidos, los Lowell y los Cabot, entre otras familias, son llamados “brahmanes”, porque son protestantes, ricos, altamente educados, distinguidos, hablan correctamente la lengua inglesa, etc. Curioso: tienden a ser progresistas en política. Ni los bostonianos Kennedy entran netamente en esta categoría, porque su condición de católicos irlandeses los descalifica para esas cimas. Las castas son impermeables (ver información sobre esto en la Wikipedia).

Algo así se pretende entre nosotros, pero en forma de caricatura mala, de esas que no hacen reír: la “mujer de servicio”, también llamada cachifa, que podríamos llamar shudra, no se sienta a comer con los señores de la casa, con los brahmanes. Si va en el automóvil se sienta en los puestos de atrás. A menos que no sea cachifa sino chofer, en cuyo caso es el brahmán quien se sienta atrás. Hay que mantener una distancia radical con esa gentuza menor y contaminante, intocable, shudra, ¡bicho!, ¡asco! Y eso que nos las damos de que no somos racistas. Se extravía algo en la casa y es la cachifa la primera sospechosa de ladrona. Hay un atraco y causa alarma que los asaltantes anden “bien vestidos” y sean blancos. Lo normal es que sean andrajosos y de piel oscura. La alarma cunde no porque los atracadores sean blancos, sino porque el orden social está en riesgo.

Shudras hindúes

De allí la repulsión radical ante un shudra también radical como Hugo Chávez, que ante nuestros brahmanes ignorantes y retrasados mentales blande imprudente e impúdico sus atributos de shudra, de mono, de Lumpen, de tierrúo y otros calificativos igualmente infamantes. No importa que Chávez sea infinitamente más culto e inteligente que el promedio de esa clase al mismo tiempo superior y miserable, porque para ella aunque la mona vista de seda mona se queda. Son shudras con ínfulas de brahmanes, porque apenas uno les raya la costra se les sale la clase, como a Mingo.

Chávez recomienda un promedio de diez libros en cada alocución —le estoy llevando la cuenta. Inmensamente más títulos, en una sola disertación, que todos los que los presidentes venezolanos anteriores a él llegaron a recomendar en la entera historia republicana. Digo, alguno habrán recomendado, el que yo no recuerde ninguno a mi corta edad no puede ser representativo de nada. Supongo que al menos Rómulo Gallegos, que escribía libros, habrá recomendado alguno. Oiga usted a Chávez y saque la cuenta de los libros que recomienda en cada sentada. Siete, diez, doce libros leídos, entendidos y citados profusamente. Pero los oratores del antiguo régimen dicen que Chávez sólo lee solapas, como seguramente hacen ellos —me refiero a los que leen. Mentira: porque cada vez que recomienda un libro es porque lo ha leído completo y profusamente, con anotaciones, con subrayados, como debe ser. ¿Cuántos libros ha recomendado el cultísimo Rafael Caldera durante sesenta años de ejercicio político? Ninguno, porque la cultura de Caldera ha sido una de las grandes estafas a la nación venezolana. Aquí se confunde cultura con buenos modales. Que ni tan buenos son, si juzgamos por las viejas histéricas de la Plaza Altamira y los sifrinos de la misma plaza que terminaron a botellazos ayer la celebración del fin de año y los “trancazos” de las autopistas, en que estos brahmanes de pacotilla se arrogan el derecho de incomodar a todo el mundo sólo porque quieren sacar al shudra Chávez del palacio de gobierno, donde su sola presencia los ofende radicalmente.

Las clases altas venezolanas retrasadas mentales se creen brahmanes, dueñas del país, con derecho a arrasar con un país durante dos meses de sabotaje criminal en diciembre de 2002 y enero de 2003 con tal de salir del shudra Chávez. Basta que deseen algo para que ya sea legítimo matar y destruir para obtenerlo. Quieren convertir un referendo consultivo en revocatorio y hay que complacerlos porque si no se tiran al piso en una pataleta malcriada. Tuvo que venir James Carter a aclararles las cosas para que medio entendieran que Chávez tenía razón y que había que esperar hasta agosto de 2003. Cerrar medios de comunicación, como CatiaTV o el Canal 8 —bolivariano uno y gubernamental el otro—, pero nadie puede siquiera mirar feo un micrófono de Globovisión porque enseguida llaman a la OEA y a la ONU y arman un escándalo de 24 horas sobre 24. Es que Globovisión tiene fuero para violar la ley porque un medio brahmánico está por encima de toda ley. La ley es para los shudras. Recoger unas firmas fraudulentas durante el “Firmazo” del 2 de febrero de 2003 y todos tenemos la estricta obligación de creerles todo, sin el menor amago de duda, aunque no las muestren. Lo dicen ellos, ergo hay que creerles. Su sola voz tiene valor de veridicción. Sagrado porque son, además, infablibles, que ni el Santo Padre.

Inventar otras firmas que nadie vio recoger y entregarlas el 20 de agosto de 2003 y también hay que creerles. Cuando el Consejo Nacional Electoral declara ilegal esta recolección entonces quieren que les devuelvan las cajas de firmas, sin revisión.

Basta que ellos decreten lo que les dé la gana para que ya tenga valor y fuerza de ley. Legislan a través de sus actos, cualquier cosa que hagan es legal, cualquier delito que cometan es legal, es decir, no es delito, como matar cientos de dirigentes campesinos en 2003, por ejemplo, cosa que nadie les imputa ni se nombra siquiera porque eran shudras.

Son supraconstitucionales porque son suprahumanos. Si no se los complace se entregan a berrinches de niño malcriado. Bueno, es que son niños malcriados. Inmaduros, se quedaron en una infancia mimada y sin calle. Decretan que el pueblo es lerdo y son ellos los lerdos. ¿Algún amigo, por favor, puede hacerles la caridad de darles la mala noticia?

Se acostumbraron durante siglos a tenerlo todo sin esforzarse. Quieren tomar el poder y ante la primera poblada salen en estampida del palacio presidencial que acaban de tomar, sin el menor asomo de resistencia, aun asistidos por generales y almirantes golpistas, que fueron los primeros correlones. Quedará para la posterirad la imagen del contralmirante Carlos Molina Tamayo, vestido espuriamente de vicealmirante, mirando la poblada por la endija de la cortina del palacio presidencial de Miraflores, antes de pegar la carrera despojado infamantemente del uniforme de vicealmirante que usurpó. En esas vimos al general Guaicaipuro Lameda. Claro, bastaba que Molina quisiera ser vicealmirante para que al punto se ascendiera él mismo. Toman sus deseos por realidades.

No se la juegan porque siempre se han asociado parasitariamente con quienes sí se la han jugado: José Antonio Páez, los liberales triunfantes de la Guerra Federal, los 60 Andinos Invasores de 1899, los adecos... Ahora querían repetir el esquemita manido de perder la guerra y ganar la paz, pero el shudra Chávez les salió respondón y no se dejó manosear como se dejaron Antonio Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, los adecos. De ahí su desmesurada furia. Los Cisneros, los Olavarría, los Otero, los Peña, los Miquilena trataron de “amansar al bicho”, asociados con él por un tiempo, pero el bicho no se les dejó y se cansaron de esperar, porque sólo saben de gratificación instantánea. Qué problema, ¿no? Ahora son sus enemigos más encarnizados.

Quieren ser aristócratas pero sin arriesgar nada. Los aristócratas medievales, los bellatores, los guerreros, se ganaban sus prebendas ante los laboratores, en el campo de batalla, jugándose el pellejo. Su mayor valor era la honra. “Hoy era el día llegado en que honra debemos ganar”, dice el caballero feudal Bernardo del Carpio, en el famoso romance, manteniéndose a la cabeza de “mis doscientos, los que comedes [coméis] mi pan”. Éstos no.

Éstos lanzan a la plebe estúpida que comandan, contra un palacio custodiado por soldados y se desaparecen de la vanguardia de la marcha del 11 de abril de 2002, con lo que hacen pensar que sabían que venía la masacre que ellos mismos habrían planificado del modo más artero (ver ¿Quién los mató?). Y, apenas una masa popular rodea el palacio dos días después, huyen del modo más desfachatado, mientras afuera esa masa se juega el pellejo, dispuesta a que la masacren allí o en Fuerte Tiuna, en el Canal 8, Constitución en mano como única arma. Es así como se toma el poder, jugándose la vida, no esperando que otros hagan el trabajo sucio. A menos que éstos se presten a ello, como los dichos arriba. Nuestros brahmanes de quincalla no saben tomar el poder sino montados en los hombros de otros.

Las Misiones Robinson, Ribas, Sucre, etc., son un atentado contra este orden de castas falsarias. Es como enseñar a leer a un negro en la Suráfrica del Apartheid. ¿Qué quieren? ¿Que las cachifas se nos igualen y terminen comiendo en la misma mesa con nosotros? De ahí las rabietas contra Chávez, porque dicen que introdujo el odio entre los venezolanos. Mientras los brahmanes de bazar viven en medio de una riqueza lujuriante otros sobreviven en ranchos al lado de los cuales pasan riachuelos de aguas negras en donde juegan los niños condenados a muerte por gastroenteritis. Ah, pero según estos idiotas petulantes fue Chávez quien introdujo el odio. Nos ven cara de mensos, como dicen los mexicanos. Juzgan por su condición. Creen que todo el mundo es débil mental como ellos.

El odio lo practican ellos cuando cacerolean a una familia, a un moribundo, cuando no respetan ni a sus muertos, como la familia de Emilio Conde Jahn, que en paz descanse: el obituario redactado por la familia remata diciendo: “Ni un paso atrás”. Es asombroso cómo se puede abrigar tanto odio y sobrevivir. El odio campeó en el asalto a la Embajada de Cuba el 12 de abril de 2002: “¡Se van a tener que comer las alfombras, las sillas, las mesas, porque no les vamos a dejar entrar nada!”. Un brahmán Iribarren de la godarria de Valencia. Lo vimos todo todos y después el alcalde Enrique Capriles Radonsky no quería que el Canal 8 lo presentara en plena acción heroica, asediando un edificio lleno de madres y niños. Como los gatos, entierra su excremento para que el enemigo no lo detecte.

Esto explica por qué no han ganado una sola batalla. Las que ganaron durante 40 años no fueron batallas. Las ganaron con el voto de esos que ahora votan por Chávez. Apenas esa masa shudra los abandonó se quedaron al descubierto, desnudos en plena calle, exhibiendo una incompetencia rayana en la locura. Demostrando que no eran nada, que no había nada.

Los más lastimosos son los intelectuales, los oratores, que valen algo pero que se les pliegan y terminan aceptando renunciar a su talento para no desentonar ante tanto Diego Bautista Urbaneja o tanta Maruja Tarre o tanto Marcel Garnier, que nunca fueron nada sino pura promoción mediática. No había nada en ellos. Nunca hubo nada. Ahora, cuando por fin les toca mostrar sin filtros su condición de élite lo único que han hecho es el ridículo y recorrer las calles de derrota en derrota. No tienen pudor porque todavía no saben que son unos incapaces. Algún amigo devoto, por piedad, por misericordia, que se lo diga. Que se retiren, que se vayan a estudiar. Pueden empezar por los libros que Chávez recomienda.

Dios los cuide. mariannehz@hotmail.com




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