Representante a la Cámara de la República de Colombia, presidente del Polo Democrático Independiente (PDI), ex militante del M-19
28 de enero de 2005

Veinte veces el Estado colombiano pudo capturarlo fácilmente, sin gastar dinero, sin problemas diplomáticos, en nuestros aeropuertos, cuando pasaba desarmado ante las autoridades del DAS que examinaban sus papeles, pero hicimos lo difícil: Esperar que estuviera en Venezuela -no en otro país- y recompensamos a funcionarios sin autorización de su gobierno para devolverlo al puesto del DAS de donde partió.

El artículo 129 de la Constitución de Colombia dice: “Los servidores públicos no podrán aceptar cargos, honores o recompensas de gobiernos extranjeros (...) sin previa autorización del gobierno”. Lo mismo se afirma en la Constitución venezolana. Evidentemente, lo que prohibimos expresamente para nuestros funcionarios, y lo hace la legislación venezolana para los suyos, lo incumplimos en el caso de Granda.

Entregamos recompensas a servidores públicos extranjeros sin autorización de su gobierno. Rompimos la legalidad del otro estado, que significa romper la legalidad internacional. Si el caso hubiera sucedido con empleados colombianos, estarían presos y hubiéramos protestado por violación de nuestra soberanía. Entonces, ¿por qué lo hicimos?

La razón oficial dice que la acción colombiana fue válida porque se encarceló a un terrorista. Y una mayoría del pueblo aplaude la explicación. Además -se dice-, que fue así porque Chávez protege esos terroristas. ¿Qué más prueba? ¿Para qué entonces esas engorrosas solicitudes diplomáticas? Es decir, que una mayoría de nuestra sociedad con el gobierno piensa que la lucha contra el terrorismo admite romper la legalidad internacional.

Exactamente lo mismo que pensaron -pero no afirmó- Bush y su mayoría gringa para invadir Iraq como parte de la lucha contra el terrorismo. Además, decía, Hussein tenía armas de destrucción masiva. ¿Qué más prueba? ¿Para qué entonces esas engorrosas autorizaciones de la ONU para hacer la guerra?

La humanidad afirma hoy que la lucha contra el terrorismo no puede romper la legalidad internacional ni el Estado de Derecho. Y lo afirma, dejando solo a Bush por unas razones contundentes: La invasión antiterrorista a Iraq deja 50.000 niños despedazados por las bombas; 100.000 civiles inocentes muertos; una sociedad ha sido destruida; una violencia inacabable se expande por Oriente Medio.

Los antiterroristas terminaron torturando y pararon en la cárcel, y las armas de destrucción masiva no aparecieron. Un error de inteligencia, dice Bush. Y el terrorista Bin Laden no estaba, pero su familia aún hace negocios con Bush. De petróleo, claro, porque esa era la verdadera razón de la invasión. Aún una mayoría de gringos no lo cree, pero Estados Unidos ya no superará el desastre.

¿Esta lección la aprendió nuestro pueblo? ¿Nuestro Gobierno y su mayoría, que apoyaron solos en Suramérica la invasión a Iraq, han recapacitado en su fracaso? Parece que no.

Increíblemente el uribismo ciego se siente respaldado precisamente por Bush. Destruirá -creen- a las Farc y a Chávez, y... a ¿Bin Laden? Y se resisten a creer, como la pequeña mayoría gringa, que la prueba no existía, que la lucha no era más que por petróleo y negocios.

Porque como en el caso de las armas de destrucción masiva, la prueba de Granda se ha vuelto endeble. Ni más ni menos, que el que llevó a Granda a Venezuela no fue Chávez. Llegó en 1996 a trabajar de mensajero político de Andrés París, de las Farc, en una oficina de esa organización ubicada en Caracas y consentida por el entonces presidente de la República hermana, el insigne miembro del partido conservador venezolano, Copei -y amigo personal de Enrique Gómez Hurtado-, el doctor Rafael Caldera.

Y no lo hizo engañado. Andrés París dejó sendas entrevistas en toda la prensa, hoy en la oposición, como flamante vocero de las Farc, y participó en cuanto encuentro político hubo. Duraron dos años en ese trabajo hasta que Chávez cerró la oficina. Colombia nunca protestó, mucho menos intentó su captura. Y Granda, en su labor de mensajero, entró 20 veces a Colombia, otras tantas a Venezuela, otras tantas a Ecuador, otras tantas a Costa Rica y Panamá, otras a Europa, con su nombre propio, con sus papeles legales colombianos, que siempre tenían un sello de salida del DAS y en donde se leía que el ciudadano portador gozaba de la protección del Estado colombiano. Así fue hasta diciembre pasado.

Veinte veces el Estado colombiano pudo capturarlo fácilmente, sin gastar dinero, sin problemas diplomáticos, en nuestros aeropuertos, cuando pasaba desarmado ante las autoridades del DAS que examinaban sus papeles, pero hicimos lo difícil: Esperar que estuviera en Venezuela -no en otro país- y recompensamos a funcionarios sin autorización de su gobierno para devolverlo al puesto del DAS de donde partió. Gastamos varios centenares de miles de dólares y terminamos en el lío diplomático en el que estamos. Un error de inteligencia, ha dicho Uribe.

Lo cierto es que los que ganaron en Iraq, quieren ganar aquí con el caso Granda. El lío diplomático cayó como anillo al dedo para paralizar unos procesos latinoamericanos que no son del gusto norteamericano. Por ejemplo, la Unión Suramericana propuesta en el Cuzco, la capital inca, que suena a Bolívar, personaje que sigue siendo poco grato en las casas de la oligarquía, y sus aplicaciones prácticas que son mucho más preocupantes: la creación del Banco del Sur para la reestructuración de la deuda externa, la creación del canal del sur, televisión satelital latinoamericana, el acuerdo energético del sur para pensar que el petróleo y el carbón y el gas y el agua pueden ser energías no exportables para ser utilizadas en la expansión productiva del... sur. La ayuda petrolera venezolana le permitió a Argentina vender su deuda en el 60% de su valor. Y, ¿qué tal el acuerdo de libre comercio del sur? Pobres ALCA y TLC.

Y, ¿qué tal dejar que Colombia ayudara a exportar la gasolina venezolana que va a Estados Unidos ahora a China, otro sur? ¿Cómo gustar de esa Suramérica que reunió en Quito, en la VI Conferencia de Ministros de Defensa, a todos los jefes de ejércitos latinoamericanos y se atrevió (delante de Donald Rumsfeld) a derrotar la propuesta colomboestadounidense de convertir la Junta Interamericana de Defensa en estado mayor operativo contra el terrorismo, lo que significaba la invasión multinacional a Colombia, por 17 votos contra tres, y que se atrevió a afirmar que la condición básica de la seguridad es la eliminación de la desigualdad social y la pobreza y que los problemas de terrorismo se resuelven con mayor inversión social y la disminución de las necesidades básicas insatisfechas?

Rumsfeld se retiró airado. Y Bush visitó de rapidez a Uribe en Cartagena. Los militares de Suramérica de ahora no son como los de Pinochet y Videla.

Definitivamente la prueba es mala y, como en Iraq, el objetivo es otro: la destrucción del mayor esfuerzo de integración conseguido desde la Gran Colombia. Esfuerzo que gravita en el eje Venezuela, Brasil, Argentina, y en el que Colombia no cree. ¿Permitiremos los ciudadanos de Colombia que nos traigan ese Iraq martirizado a nuestras casas? ¿Seremos el Israel latinoamericano?

La salida sensata no es otra que iniciar nuestra propia investigación imparcial e independiente sobre los hechos, y construir un nuevo modelo de cooperación militar y judicial con Venezuela basado en la confianza mutua para fortalecer nuestras relaciones. No podemos repetir lo que hicimos. Bajo esa certeza es posible la reunión Uribe-Chávez y la salvación del empleo de 500.000 familias y la preservación de la paz en nuestro continente para dedicarnos con juicio a construir la paz nuestra, que depende exclusivamente de los colombianos.

Y, ¿qué hacer con los mensajeros internacionales de las Farc que han caído en el triste papel de ser excusa para detener los procesos democráticos de Colombia y Latinoamérica?

Lo cierto es que mejor que la captura de Granda, que ha dejado innegables beneficios a las Farc, era el Granda libre, que aun con pasaporte colombiano tuvo que aguantar que en el año 2001 el Foro Social Mundial le impidiese el uso de la palabra por el ejercicio de la violencia que hacen las Farc.

Y que escuchó desde lejos cómo el grupo de trabajo del Foro de Sao Paulo, a propuesta del Partido de los Trabajadores del Brasil y el Polo Democrático, discutiera la expulsión de las Farc de esa instancia, y que el Congreso Bolivariano no lo invitara y tuviera que quedarse en los pasillos de los hoteles. Esa es la verdadera derrota de las Farc, aunque nuestro bushismo criollo añore los cielos cubiertos de misiles y los niños inocentes llorando, ellos sí, de terror.




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