Venezuela camina sobre la cornisa

Pedro Llorens

Si nos vemos en el espejo de Chile no vamos a un golpe, sino a la guerra civil

¿Nos encontramos en un punto sin retorno? Aún no hay respuesta para esta interrogante, pero la lógica del choque de trenes sigue su curso imparable y la sociedad venezolana camina, como sonámbula, hacia las tinieblas. El diálogo es la última estación que nos separa de un desconocido e inmenso Puente Llaguno

El encabezamiento de una noticia bastó para que una idea cruzara por la mente del senador chileno Sergio Bitar. El sábado 13 de abril, la primera página de El Mercurio, el principal periódico de Chile –que se edita en Santiago– reseñaba lo que ocurría en Venezuela con estas palabras: “El Gobierno de Chile lamentó ayer ‘que la conducción del Gobierno venezolano haya llevado a la alteración de la institucionalidad democrática, con un alto costo de vidas humanas y de heridos, violentando la Carta Democrática Interamericana a través de esta crisis de gobernabilidad”. A la “alteración democrática” siguió el pronunciamiento militar que condujo al golpe de Estado. “Lo primero que me vino a la mente fue el Tacnazo”, dijo Bitar en una entrevista telefónica. Debió ser una idea fugaz, una secuencia de imágenes en movimiento, que referían al 29 de junio de 1973, cuando el Regimiento Blindado Nº 1, perteneciente a la base de Tacna, bajo el comando del teniente coronel Roberto Souper, desconoció al Gobierno del presidente Allende y, en un desafío hasta ese momento impensable, tomó posiciones alrededor del Palacio de La Moneda. De acuerdo con las reseñas de prensa, el alzamiento fue sofocado por la intervención personal del comandante del Ejército, general Carlos Prats, “aun a riesgo de su vida”. Tres meses después, tras un sangriento golpe militar, las fuerzas armadas chilenas deponían a Allende, quien se suicidó antes de entregar el Gobierno.

El eco del pasado

¿Puede trazarse un paralelismo entre el 29 de junio de 1973 y el 11 de abril de 2002? Hay tantas cosas en común: el pálpito de que se avecina lo peor; la irrupción de la gente en defensa del Gobierno y la Constitución –tanto en La Moneda como en Miraflores–, el decisivo papel que se reserva a los militares en una y otra crisis, la dramática polarización de la sociedad y el fantasma de una intervención extranjera, se combinan en una mezcla de gases asfixiantes que lo arropa todo.

Pero todo paralelismo histórico conduce a líneas abigarradas, de las que pueden extraerse, en un punto desconocido, el horror y las tinieblas. La réplica de un segundo golpe militar es una probabilidad a la que remitió el vicepresidente de la República, José Vicente Rangel, durante su intervención en la comisión parlamentaria que investiga los sucesos del 11-A. También fue invocada por el enigmático comandante de paracaidistas del Ejército, general Raúl Baduel. Lo que ocurrió en Chile hace 29 años forma parte de “una experiencia muy específica y refiere a una realidad que no puede extenderse a otros países”, afirmó Bitar. Pero de allí pueden extraerse conclusiones: del período de Allende y del golpe, del período de la dictadura y sus implicaciones, y de la democracia y la concertación construida a partir de 1989. “Esas tres etapas de la historia de Chile contienen lecciones que pueden ser válidas para los demás países de América Latina”, agregó el senador chileno, quien vivió exiliado en Venezuela durante siete años, luego de escapar del infierno que la dictadura había construido en la isla de Dawson. “Puedo tener algún conocimiento de la realidad venezolana; he mantenido contacto con los partidos políticos, incluso en la actualidad”.

Un globo de ensayo

Uno de los oficiales que ayudaron a sofocar el levantamiento de los blindados chilenos fue el general Augusto Pinochet, quien salió a la calle en traje de campaña. Se mantuvo el principio de autoridad, en medio de una severa crisis política y una polarización que reflejaba el abismo que separaba a partidarios del Gobierno de sus detractores. Una primera reflexión: “En ese momento pensábamos que la institucionalidad era intocable y formaba parte de nuestra cultura. Lo pensábamos intelectualmente, pero no lo advertíamos en la práctica”, dijo Bitar. Los partidarios del gobierno de Allende se dirigieron a La Moneda para defender al régimen constitucional. “Hubo gente que pensó que la explosión popular desbarataba cualquier otro intento de golpe; a otros les resultó una alarma de que venía algo peor, y finalmente surgió la pregunta: ¿se trata de la prueba de una operación, para montar otra más grande?”. Esas eran las preguntas que se hacían los chilenos mientras los tanques regresaban, tras monitorear la respuesta militar y civil al alzamiento, a la base de Tacna. El teniente coronel Souper fue sometido a investigaciones y convertido luego en héroe. El presidente Chávez, que el 11-A volvió a ser teniente coronel, también regresó y fue aclamado como héroe, mientras la trama del golpe, del contragolpe y de un tercer golpe se devela en el Palacio Legislativo. Lo que aconteció en Venezuela no fue un “globo de ensayo”, sino una masiva insubordinación de mandos militares, que desembocó en golpe de Estado. La impresión que tenían los chilenos, corroborada por el testimonio de Francisco Rojas Aravena, especialista en temas militares de la Universidad de Chile, es que el Tacnazo dejó al descubierto “fisuras” en las fuerzas armadas chilenas, mientras que el 11-A “reveló la profunda división del alto mando en Venezuela”. Rojas sugiere indagar en un tema: “¿Qué piensa el partido militar?”. La única conclusión a la que puede llegarse, luego de evaluar las declaraciones del vicealmirante Héctor Ramírez López y el general Baduel, es que piensan muy distinto y que el cisma es la respuesta a la ecuación pueblo-Ejército-caudillo de Norberto Ceresole.

El estilo de confrontación

La referencia al fracaso de un cambio institucional como vía para enfrentar la exclusión social y la pobreza, tiene un eco secular en el discurso del presidente Chávez, asociado a veces al fantasma de Allende. Recientemente, políticos del oficialismo venezolano se reunieron con Bitar para conversar. “Hablamos sobre nuestra experiencia... y mucho de lo que le estoy diciendo a usted, se los dije a ellos. Si algo aprendí –fui ministro de Allende–, es que uno no podía emprenderla contra todo el mundo al mismo tiempo”. Partidos políticos, Iglesia católica, empresarios, medios de comunicación social, sindicatos... el presidente Chávez, actualmente relevado de esa faena por la bancada oficialista en la Asamblea Nacional, no ha dejado títere con cabeza. ¿De que sirvió la sugerencia del senador chileno? El viraje de Luis Miquilena dibuja una ironía del destino: quien le echara leña al fuego, refiere ahora lo insensato, lo estéril que resultaron tres años de confrontación política.

Tensar la cuerda no podía conducir a otra cosa que a la ruptura institucional, que en Venezuela se inició con la masacre del 11-A. Es cierto que al día siguiente los partidarios del Gobierno acudieron al Palacio de Miraflores, como sucedió en Chile hace 29 años. Si el paralelismo cabe, habrá que contabilizar los muertos mientras la polarización sigue su curso, tal como se advirtió en las marchas y contramarchas organizadas a propósito del 1º de Mayo y que ayer repicaron, como parte de las secuelas del 11-A.

El destino de la confrontación llama a la sociedad venezolana, que responde como un sonámbulo en marcha. Las consecuencias también se conocían, como parte de la experiencia chilena. “Abrir todos los frentes de guerra produce un desbalance de poder”, fue algo que Bitar igualmente advirtió. Esa predicción se proyecta con más fuerza sobre los militares que sobre los civiles. Si los desequilibrios desencadenan una réplica golpista, ¿qué despertar le espera al país? La agresividad es un tic en el lenguaje presidencial. Las palabras surgen como un gesto incontrolable. Sucedió en las afueras de la base de paracaídas del Ejército en Maracay: “Como que me quedo más allá de 2021”, y así de seguido. Otra sugerencia de Bitar cayó en oídos sordos: “Les dije –a los simpatizantes del Gobierno del presidente Chávez– que cuiden las palabras. Generalmente se producen guerras a partir de palabras que, finalmente, desencadenan tremendas tensiones sociales”. Un hecho detrás del otro: a los despidos de Pdvsa, anunciados en el programa radial Aló, Presidente, siguió la marcha del 11-A... y lo que está por venir, porque “ese abismo, o la fractura institucional –la crisis en la FAN es otro factor desencadenante– pueden llevar a la guerra civil”, previno Rojas Aravena. Son palabras inquietantes, porque lo que asoma en el horizonte no es una dictadura, ni “una represión profunda y sistemática como la que hubo en Chile”, sino un baño de sangre, “una guerra civil”.

La intolerancia –apenas contenida en duras descalificaciones– y el olor a venganza se respiran en las interpelaciones que realiza la Asamblea Nacional. No se trata ya de lo que Bitar le dijo a los partidarios del presidente Chávez, sino de lo que piensa a partir de este nuevo escenario de confrontaciones. “Sin ánimo de inmiscuirme en asuntos internos de países hermanos, quiero decirle, por mi experiencia, que en el alma humana –en la sociedad y en las personas– siempre hay un lado oscuro que se contiene por la vigencia de la legalidad y el estado de Derecho, y cuando éste se rompe, se desata la violencia, los peores crímenes, cuyas heridas pueden tardar décadas en cicatrizar”.

¿A dónde conduce Puente Llaguno?

Sergio Bitar conoce las dos realidades, los temperamentos de la gente y el tejido institucional de Chile y Venezuela. El conflicto abierto, la guerra civil, pudiera ser la estación que siga al Puente Llaguno: estamos caminando sobre la cornisa. ¿Qué percepción tiene el senador chileno, luego de las conversaciones que ha sostenido con gente del oficialismo? ¿Hemos llegado a ese punto? “Realmente estoy alarmado. Veo, efectivamente, que pudieran estar en un punto sin retorno. La Nación entera va a sufrir las consecuencias. Quienes pierdan sentirán que fueron víctimas de un golpe militar, que se rompió la institucionalidad, no habrá confianza en las instituciones... y el líder, el jefe del Gobierno, si sigue vivo, va a ser una fuente de desafío permanente, y si no, va a ser un mártir, entonces, ¡cuidado! Aquellos que dicen ganar –¿por cuánto tiempo?, me pregunto– van a involucrar a los militares en algo que no se sabe si están en condiciones de sostener. ¿En qué queda la unidad del país? Mirando desde afuera –uno sabe que es muy difícil–, no me queda otra cosa que decirles: nada es más importante que buscar espacios de consenso que permitan alcanzar una salida institucional, sin rupturas”. Al vicepresidente ejecutivo, José Vicente Rangel, le gusta que lo tuteen, pero llegó la hora de las formalidades: no es “a titulo personal” que Carlos Ortega o Carlos Fernández –por mencionar a los presidentes de la CTV y Fedecamaras– acudirán a las mesas de diálogo en Miraflores. Parece una meta imprecisa, tal vez inalcanzable, si se advierte lo difícil que encierra la sugerencia de Rojas Aravena: “Hay que crear espacios para tratar, para intentar conversar y, luego, hay que crear espacios... para intentarlo nuevamente”.

Los parecidos no son coincidencia

Cualquier sopa termina siendo bullabesa si lleva pescados, crustáceos, especies, vino y aceite, y es lo que explica el chavismo como “esa película que ya hemos visto” a la que tanto se alude, probablemente sin haber aprendido mucho de ella, particularmente en Argentina, tierra de espejismos políticos: el último lugar del mundo en que un candidato progresista, serio, con altos valores morales y enemigo de la demagogia podrá ganar una elección presidencial mientras existan alternativas como Carlos Menem, con quien no pocas víctimas del “corralito” estarían dispuestas a volver a embarcarse.

Ciertamente, esa película la vieron los argentinos (algunos siguen viendo la versión original), y no es difícil imaginar a Chávez, que no es Perón, es Evita, en su balcón del pueblo de la Casa Rosada, cantando dont cry for me Argentina. De allí en adelante el mandado está servido, casi sin desperdicio, con personajes como José López Rega, el policía (vinculado con la AAA) y brujo, secretario del general y asesor de Isabel, con mucho de: a) Freddy Bernal, b) Diosdado Cabello, c) Guillermo García Ponce, d) Ramón Rodríguez Chacín; hasta llegar a Menem, el varias veces electo jefe del planeta de los simios.

Pero también vieron la película los chilenos, antes y después del borrón (tabla rasa) y cuenta nueva que intentó (logró en parte) Augusto Pinochet, el dictador que asesinó (física y moralmente) a una generación y quiso educar a la siguiente en el fascismo, no muy perecido a Chávez, pese a todo, salvo en lo miedoso y embustero: “¡Tito (Augustito) no, imposible!”, respondía Salvador Allende a quienes le informaban que el adulante (arrastrado) general estaba en la conspiración. Ninguno de los dos estuvo alguna vez en una manifestación disuelta con gases lacrimógenos: siempre lloraron por lo que les faltó para no llorar. Es lo que preocupa de Chávez: si estando cómodamente instalado en Miraflores, rodeado de su fiel Guardia de Honor, y protegido por un escudo humano de varias decenas de miles de chavistas, el pánico le hizo ordenar la aplicación del Plan Ávila (mentira que es un plan disuasivo: el Ejército en la calle ya fue criminal una vez), ¿de qué no será capaz en una situación realmente desesperada? Le mandaron tanques y ni aun así se sintió seguro: es de desear que la próxima vez lo ahogue el llanto, como le ocurrió a Pinochet en Londres, y no pueda dar órdenes. Entretanto podría cantar a dúo con otro candidato a competir con López Rega, el flamante ministro de Planificación Felipe Pérez (perdón por haberlo omitido arriba), el nuevo himno de la nueva fase del proceso (prohibido el de la Federación, nada de oligarcas temblad), la canción “Amor verdadero”, original de Willie Colón: Yo no quiero molestarte / Tal vez te haga reír / Chávez: di te adoro Pérez: di te quiero Chávez: di que por primera vez Ambos: es amor verdadero. Según la teoría de Pérez, basada en la solidaridad, no hay que decir que la economía va hacia un desastre: “No lo digan, porque es un pecado contra el Espíritu Santo”. El problema es que para aplicarla, con éxito, debe meterse en el bolsillo, y no volverlo a sacar, el librito de la Constitución, suspender las garantías y comenzar a torturar a todo el mundo: di te adoro, di te quiero, mientras que el “Amor verdadero” no se le convierta en “Amor perdido“ (también nos sabemos la letra) y se acabe esta vaina.

Cuando el guiso se hace con los militares, la Iglesia (Opus Dei), los medios de comunicación y los capos de empresas acostumbrados a la impunidad, en permanente consulta con el State Department y sus representantes, el resultado es un golpe por todo el cañón. También muchos de nosotros habíamos visto esa película.

De nada valió esta vez que 100.000 o 200.000 o medio millón de personas le provocaran pánico a un comandante en Jefe que se entrega (van dos veces) apenas lo amenazan, aunque sea a través del teléfono celular: faltó memoria, propia y ajena, y dirección política.

–Los que se equivocaron, que asuman su responsabilidad ) –dijo Chávez en Aló, Presidente, abusando de su buena suerte.

Al lado de lo que ocurrió en Argentina y Chile, nuestra sopa bullabesa no pasa de ser un sancocho cruzao, o mejor un injerto de chivo con cotoperí. Por ahora.