Las élites y su reto por la credibilidad. La gran trampa

Juan Carlos Zapata

TAL CUAL MIÉRCOLES 3 DE ABRIL DE 2002
EDICION ANIVERSARIA

No se trata de salir de Chávez, y de jugarse el todo o nada. Los empresarios tienen el reto de convencer de que esta jugada no es un paso más hacia el vacío, tal como viene ocurriendo desde hace una década.

Dijo Bill Clinton en República Dominicana que el presidente Hugo Chávez está entrampado. Resultaría mejor decir que el país está entrampado. Que todos sufrimos la misma trampa y que llevamos en esto al menos una década, si nos arriesgamos a limitar el tiempo a un último periodo específico.

La trampa que le atribuye a Chávez el expresidente de los Estados Unidos tiene otra traducción -con significado idéntico- en la realidad nacional: la pérdida de rumbo de las élites. Por estos días, ya lo dijo Ramón Piñango: en Venezuela las élites están perdidas. Hay algunas que buscan un camino, expresó Piñango, pero hay "sectores tratando de agarrar una tajada de la torta".

El verbo agarrar es el que más me suena. Yo agarro, tú agarras. Tú y yo agarramos, pero solamente tú y yo, en una eterna combinación de intereses. Al decirlo Piñango tiene un sentido más práctico que teórico, toda vez que el Iesa, del que ha sido su director académico, lleva años explorando los escenarios en los cuales se mezclan los intereses de empresarios y políticos y políticos y empresarios. En el Iesa saben que lo que siempre ha estado en juego es "agarrar una tajada de la torta", y ocurre que una década después de los hechos que desembocaron en una suerte de crisis política, económica e institucional, al menos conservábamos la esperanza de que la lección hubiese sido aprendida. Pero al parecer no es así, y un observador tan agudo como Piñango, nos lo confirma.

El juicio histórico

Hoy, como hace 10 años o hace cuatro, hay una especie de coyuntura en la cual múltiples elementos pueden dar origen a una serie de eventos que nos pongan otra vez en el camino de comenzar de nuevo. Porque hay que decirlo con toda crudeza: el plan arrancado en un día de comienzos de 1989 tuvo unos autores pero también unos victimarios, y muchos de esos victimarios ahora son víctimas, pero hace apenas cuatro años nos decían que estaba llegando el momento de la refundación del país, con lo cual se preparaban para reeditar el papel de victimarios.

Algunos se entramparon ellos mismos, otros nos entramparon a nosotros, a otros más los entramparon otros, y así todos caímos en una misma trampa en la que estamos entrampados, tal como lo dijo Clinton.

Las élites, y en papel protagonista los empresarios, viven una etapa crucial. Sus representaciones gremiales han tomado el giro claro de la confrontación y con ello es aún más delicado el ejercicio de definir el rol que les corresponde en la construcción del futuro de Venezuela. Porque si la sociedad, al margen de que los reclamos sean sinceros y correctos, interpreta que todo este barullo tiene su origen en el objetivo de "agarrar una tajada de la torta", el juicio histórico será al final implacable. De hecho, ya lo es para quienes saltaron del campo gerencial a una oficina ministerial en los gobiernos de AD y Copei y todavía viven con la marca de que fueron al cargo sólo para garantizarle los dólares de Recadi a su grupo empresarial, o para facilitar esquemas de pago de deuda externa privada, o para aumentar precios de productos que favorecieran a unas cuantas empresas, o a inventar instrumentos de política monetaria que beneficiaran a colegas banqueros, o a inventar aranceles y barreras que molestaran a la competencia, o a condonar deudas sólo para salvar amigos sin capacidad de pago, o en último caso a tomar medidas que le dieran respiro a un banco, a una empresa, a un sector e inclusive a un individuo. Estos juicios los hacen los propios empresarios, víctimas o victimarios, dependiendo del gobierno de turno al que estuvieron vinculados. El juicio es tan severo que el estudio sobre la pobreza de la Universidad Católica Andrés Bello descubrió que muchos empresarios opinan que las fortunas de muchos de sus colegas fue conseguida menos con trabajo que con la conchupancia con los gobiernos de turno. Si uno y otros piensan lo mismo de otros y unos y viceversa, pues no quedará nadie con hueso sano. Es triste, realmente triste. Lo cierto es que el comentario existe y existirá. ¿Existirá? ¿Seguirá existiendo? Depende.

Una torta programática

Depende de lo que la élite empresarial haga a hoy y a futuro. Porque no se trata solamente de enjuiciar políticas de gobierno y de Estado, que eso está muy bien, sino de lo que está pensando como alternativa, como proyecto de país. Porque, ¿con qué moral pueden condenar hoy algunos voceros al gobierno de Chávez por populista si cuando se les pidió restearse con el programa modernizador de 1989 dudaron y hasta atentaron contra él? ¿Es suficiente el arrepentimiento para confiar en ellos ahora? En verdad, no basta con darse golpes de pechos ni decir en privado que se equivocaron. Se equivocaron cuando le hicieron el juego a la conspiración notable de 1992-1993, y sólo porque se habían quedado sin una tajada de la torta.

Se equivocaron cuando con Caldera otros desataron una guerra sin cuartel, también tras la búsqueda de la tajada de la torta.

Y se equivocaron cuando unos se dijeron a sí mismo que con Chávez recuperarían no sólo una tajada sino la torta entera. ¿Qué garantías tenemos ahora de que no se vuelvan a equivocar? ¿Qué garantías hay de que la trampa sea cambiada por otra trampa?

De allí que insista en lo delicado del momento. En lo crucial del papel que pueda hoy jugar la élite empresarial. Esta corre en paralelo varios riesgos: 1) que su discurso sea interpretado como un dardo conspirador que persigue nada más que el derrocamiento del Gobierno. 2) que la presión constante sólo busca poner de rodillas al Gobierno y obligarlo a la rectificación. Es decir, a nuevas reglas de entendimiento. 3) que la pelea es nada más por el poder y éste lleva implícita la reconquista de la torta. 4) que la disputa parte de un esfuerzo sincero de conformar un proyecto de país con visión de largo plazo.

Por el juicio histórico nos conviene que sea el punto cuatro el que predomine. Hasta el momento, sin embargo, se ha hecho muy poco por colocar el debate en un escenario de cambio alternativo, de propuestas programáticas y de salidas más allá de la simple consigna de un cambio. Más bien diera la impresión de que por el arrepentimiento que les ocasiona la culpa de su propia trampa, contados editores, empresarios y banqueros quisieran un borrón y cuenta nueva, como si ello dependiera solamente de una apuesta de casino: el todo o el nada. La solución no está en los extremos porque no hay vuelta atrás.

O esto se construye entre todos, o nunca saldremos de la trampa. O dicho en palabras del mismo Piñango: "Chávez no se puede ver como un paréntesis, a Chávez habrá que tomarlo en cuenta". Y esto no significa otra cosa que reconocer que ese factor -nuevo miembro de la élite- existe, es real, está vivo y fue la trampa que nos impusieron unos, que asumimos otros, y nos ganamos todos. Por eso es que estamos entrampados.