Chomsky: la nitidez de las palabras

Adolfo Gilly

El rasgo más notable de la colección de escritos y entrevistas políticas de Noam Chomsky que hoy nos ofrece Ediciones La Jornada, me parece ser la profunda convicción del autor, primero, de que un cambio en la actual política de guerra del gobierno de Estados Unidos tendrá que venir, antes que nada, desde adentro del país mismo; y, segundo, de que alcanzar ese cambio es una tarea ardua pero no imposible, en la cual cuenta más el llamado a la razón que la agitación de las emociones y los sentimientos.

La ética política de Chomsky, preocupación visible en todos sus escritos, se sustenta en ese uso de la razón y en la consiguiente idea del ser humano como ente de razón. En esta cualidad humana, no en los mandatos de alguna religión o en otros reinos sobrenaturales, tiene origen esa ética de la conducta. Esta visión no es original ni privativa de Noam Chomsky, pero él la expresa hoy con fuerza singular en términos estrictamente nacionales de Estados Unidos y para su pueblo.

En la situación presente de esa nación, tal tarea puede parecer la de un soñador solitario. Basta sin embargo leer estos escritos para comprender que Noam Chomsky no se ve a sí mismo como un predicador en el desierto y ni siquiera como un pensador aislado, pese a estar ahora en reducida minoría. Su confianza viene tal vez de su propia experiencia cuando la lucha dentro de su país, finalmente exitosa, para detener la guerra de Vietnam y aceptar la derrota militar antes que el desastre moral y por tanto militar.

Pero es también heredera de una robusta tradición estadunidense de figuras populares, intelectuales, sindicalistas, organizadores desde abajo y otras similares especies radicales, acostumbrados a luchar en minoría, a nadar y navegar contra el viento y las mareas y a confiar en sus fuerzas individuales, como los héroes trágicos de Herman Melville o el pescador de El viejo y el mar.

Noam Chomsky es recia, terca, radicalmente american, y escribe desde un "nosotros" en el cual él se incluye también como corresponsable de las guerras y los crímenes de los gobiernos de su país.

A quienes crecimos dentro de tradiciones republicanas y socialistas provenientes de las revoluciones francesa, rusa y mexicana, es decir, en tradiciones de pensamiento impregnadas por la lucha entre las clases, donde hay un "nosotros" y un "ellos" tajantemente diferenciados en la realidad y en las conciencias, esta asunción de responsabilidad por los hechos y malhechos de los gobiernos de "ellos" puede resultarnos extraña, o al menos sorprendente.

Pero Noam Chomsky pertenece a otra notable tradición, la de los radicals estadunidenses que como él se opusieron a la guerra de Vietnam y también a la invasión de Panamá, a la guerra de los años 80 contra Nicaragua, a las intervenciones con provisión de armas y asesores en Turquía, en Indonesia, en Arabia Saudita, en Irán, en Palestina y, por supuesto, en toda América Latina, desde el bloqueo contra Cuba y el golpe de Augusto Pinochet hasta la multinacional Operación Cóndor. Educado en aquella escuela de pensamiento político, ahora Chomsky, después del 11 de septiembre, denuncia la actual política de dominación, intervención y guerra del establishment de su país, pero al mismo tiempo dice, y vuelve a decir una y otra vez, "lo que nosotros hicimos", aquí o allá, y desde ese "nosotros" razona y habla.

Pienso que en el marco de aquella cultura política ese "nosotros", antes que una adhesión o una sumisión al establishment gobernante, es un llamado a la conciencia y a la ética individual, una singular apelación a la responsabilidad moral de un pueblo que hoy acompaña en mayoría los hechos bélicos de su gobierno, pero que por eso mismo podrá ser sacudido en sus conciencias individuales mañana, cuando los resultados de esta loca carrera estén a la vista de todos, en el supuesto de que la historia y la resistencia externa den tiempo para que esa reacción interior tenga lugar antes de que sobrevenga la catástrofe bélica universal hacia la cual, bajo el actual mando de Estados Unidos, nos estamos precipitando todos.

Quiero señalar aquí tres puntos importantes del razonamiento de Noam Chomsky sobre el 11 de septiembre de 2001, tal como aparece en estos escritos.

1) La destrucción terrorista de las Torres Gemelas y de un ala del Pentágono es el primer acto de guerra real sobre el territorio estadunidense y sobre su población civil desde el ataque británico a Washington en 1814 (y, agrego yo, la incursión fronteriza de Pancho Villa en Columbus en 1916). El pueblo de Estados Unidos, a diferencia de los de Europa, Asia, Africa y también América Latina, no conoce la guerra en su propio territorio.

El acto de guerra atroz del 11 de septiembre es también un parteaguas histórico. Hoy los gobiernos europeos, con la posible excepción circense de Tony Blair, miran con cierto asombro y una pizca de azoro las reacciones en apariencia enérgicas y en realidad desordenadas del alto mando estadunidense con George W. Bush a la cabeza.

Ese mando, bajo una cubierta de implacable determinación e insuperable poderío militar, tecnológico e industrial improvisa políticas y acciones internas y externas basadas en una suprema ignorancia histórica y cultural, y en el viejo derecho del más fuerte: de actuar uniteralmente, no pedir permiso a nadie y no justificar ante nadie la propia conducta.

Este tipo de reacción, que Chomsky también registra, multiplica los peligros de la situación, porque del otro lado hay miles de millones de seres humanos, naciones y pueblos enteros que no se consideran objetos de ese poder sino seres de razón y sujetos de su propio derecho, cualesquiera sean las formas diversas en que lo piensen y lo practiquen. El curso actual de la política de Washington, si no es rectificado, conduce a confrontaciones de una violencia en verdad sin precedente: el siglo XXI podría dejar pequeño al siglo XX.

2) Ante las diversas hipótesis formuladas sobre un posible complot interno del gobierno de Estados Unidos para realizar o permitir los hechos del 11 de septiembre con el fin de lograr apoyo para una política de guerra resuelta de antemano, Noam Chomsky no duda en suponer, mientras no haya evidencia sólida en contrario, que en efecto la organización de Osama Bin Laden y sus apoyos y aliados hayan sido los responsables de los atentados (aunque no deja de señalar irónicamente la incapacidad de Tony Blair para presentar evidencias y no hacer el ridículo).

Chomsky expone las razones políticas, geopolíticas y culturales en las cuales basa su presunción, subrayando a la vez, como consecuencia, la vulnerabilidad y la fragilidad defensiva en su propio territorio de un régimen que quiere imponer su dominio sobre el mundo. También esta argumentación va dirigida ante todo a sus compatriotas, a sus modos de pensar y de creer, a sus razones. Pues la fuerza del estilo de Noam Chomsky es que no adjetiva y califica: razona y acude a la razón de sus lectores.

3) Encuentro un momento culminante de este ejercicio intelectual en la necesidad expuesta por Chomsky de encontrar una correcta definición de terrorismo. En esta necesidad de definir es como si se concentrara la fuerza del pensamiento. No podemos quedarnos con la elemental formulación que lleva a que cada uno denomine "terrorismo" a la violencia del otro. Una definición precisa es una necesidad para poder pensar y, por tanto, poder actuar.

"Podemos repasar toda la lista de los estados que se han unido a la coalición y es bastante impresionante", dice Chomsky en su conferencia del 18 de octubre de 2001 en el Massachusetts Institute of Technology, publicada como último texto de este volumen. "Tienen una característica común: están, ciertamente, entre los principales estados terroristas del mundo y son dirigidos por el campeón mundial".

"Esto nos hace retornar a la pregunta: ¿qué es el terrorismo? Hay algunas respuestas fáciles y una definición oficial. Se puede encontrar en el código de Estados Unidos o en los manuales del ejército estadunidense: 'terror' es el uso calculado de la violencia o de la amenaza de violencia para lograr objetivos políticos o religiosos mediante la intimidación, la coerción o la provocación de miedo. Eso es terrorismo. Es una definición bastante justa y me parece razonable aceptarla".

Pero existe un problema, agrega de inmediato. "Si se echa un vistazo a la definición de guerra de baja intensidad, que es una política oficial de Estados Unidos, se ve que es una paráfrasis muy próxima de lo que acabo de decir. En realidad, una guerra de baja intensidad es simplemente otro nombre del terrorismo. Este es el motivo por el cual todos los países denominan contraterrorismo a todo acto horrendo que cometen. Sucede que nosotros lo llamamos contrainsurgencia o guerra de baja intensidad".

En consecuencia, "tenemos que encontrar con cuidado una definición que no lleve a consecuencias indeseadas. (...) Hay que afinar cuidadosamente las definiciones y la erudición para llegar a conclusiones correctas. De otro modo, no se trata de una erudición respetable ni de un periodismo honorable".

Esta exigencia de precisión es también una exigencia de claridad y de objetividad. Los calificativos no nos sirven; la definición sí, están diciendo el lingüista y el intelectual radical y, por eso mismo, riguroso. En esta exigencia de respeto a las palabras y a los conceptos, lejano del periodismo de facción, de los hábitos de la ira adjetivante y de la imprecisión en el uso del lenguaje, veo un rasgo que enlaza al estilo intelectual de Noam Chomsky con el de John Berger, tan lejano de él en el modo de empleo literario de las palabras, tan cercano empero en el respeto y la maravilla ante el lenguaje de los humanos y ante la necesidad de precisión, trasparencia y lealtad a sus significados. Ellos y muchos otros como ellos, frente al poder del dinero, la violencia, la mentira y la guerra, están salvando el honor de aquellos oficios cuya materia de trabajo no son las creencias, sino las palabras, los conceptos y las ideas.

Leído en la presentación del libro Noam Chomsky en La Jornada, Ediciones La Jornada, México, 2002, 256 páginas (texto y fotografías), en Casa Lamm, el 4 de julio de 2002.