Necesidad de Empresas Transnacionales Latinoamericanas

Heinz Dieterich

En las políticas gubernamentales, partidistas y académicas sobre la economía latinoamericana existe un asombroso vacío: el debate sobre la necesidad de empresas transnacionales latinoamericanas (ETN) para salir de la miseria. Del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) al Banco Mundial, desde las universidades hasta los medios de comunicación, el silencio cómplice sobre el imperativo de las ETN es total.

Lo absurdo de esta situación es obvio. Excluir del debate sobre la ingeniería económica del progreso tal tópico, es como excluir de la discusión sobre la ingeniería mecánica de un automóvil el tema de su fuente de energía y dinámica, el motor. Diseñar un medio de desplazamiento sin considerar su propulsión, sería tal desatino que nadie se atrevería a hacerlo. En el debate de los partidos políticos, de los gobiernos y de los economistas académicos, sin embargo, sucede exactamente esto. Quieren desplazarse económicamente, pero con un vehículo sin máquina ni energía.

Dentro de estos genuinos new age economics -donde se mezclan los dogmas de la economía neoclásica con la lucrativa esotérica mercantil del Dalai Lama (Spirit in Business) y el neocolonialismo intelectual- que pretenden discutir la mecánica del sistema solar abstrayendo del sol, la verdad de la economía global desaparece. Y la verdad de la economía mundial es que nada tiene que ver con el modelo, intuitivamente cibernético, de Adam Smith, en el cual un infinito número de pequeñas empresas en pleno laissez faire determinan el comportamiento del sistema.

Hoy día, la economía global está organizada en un sistema de cuatro anillos. El primer anillo o centro estratégico de este macrosistema, que determina su direccionalidad y velocidad de evolución, lo forman las quinientas corporaciones transnacionales más importantes de la elite global, del grupo G-7. El segundo anillo lo constituyen las restantes treinta y siete mil empresas transnacionales que, en su abrumadora mayoría, también pertenecen al G-7. El tercer anillo son las millones de pequeñas y medianas empresas y el último que prácticamente no decide nada y está siendo arrastrado como una cola de cometa, son las decenas de millones de microempresas en todo el mundo. La función de las corporaciones transnacionales en la aldea global es tan evidente como lo fue en su tiempo la función de los galeones españoles. Eran los vehículos que permitían acceder al plusproducto mundial. Quién no disponía de esos vehículos, estaba separado del surplus mundial y, por lo tanto, tenía que vivir en la miseria y la dependencia.

En la economía contemporánea las ETN accesan el surplus mundial a través de su poder económico-político-cultural y de las tecnologías de punta, los cuales, a su vez, se nutren de la ciencia de excelencia; de tal manera que empresas transnacionales, tecnología de punta y excelencia científica forman una unidad indisoluble que determina la sustentabilidad y las condiciones de vida de una nación. La nación que no tiene ETNs, tampoco necesita tecnología ni ciencia avanzada, porque está condenada al subdesarrollo. El desmantelamiento de las universidades públicas y el tabú de las transnacionales latinoamericanas encuentran ahí su raíz común: el destino colonial de la Patria Grande.

Sin embargo, a diferencia de África, América Latina dispone de todos los elementos necesarios para desarrollar sus propias empresas transnacionales o Complejos de Investigación-Producción-Comercialización (CIPC), capaces de enfrentar a las transnacionales del Primer Mundo; actuando dentro de un bloque regional de capitalismo proteccionista, el Mercosur ampliado, profundizado y democratizado, y sosteniéndose sobre cuatro polos de crecimiento: 1. las pequeñas y medianas empresas (PYMES); 2. las corporaciones transnacionales nacionales (CTN); 3. las cooperativas y, 4. las empresas estratégicas del Estado.

Las empresas transnacionales latinoamericanas pueden tener diferentes regímenes de propiedad, desde el capital privado y cooperativista hasta empresas mixtas (privadas-estatales) y estatales y, de hecho, existen ya en todas esas formas. Pero, donde más sistemáticamente se ha avanzado en esa estrategia de desarrollo por vía de los Complejos de Investigación, Producción y Comercialización global (CIPC), es en Cuba, en el área de las ciencias bio-médicas. El complejo biotecnológico-farmacéutico-medico de Cuba es, hoy día, en todos sus aspectos, comparable a una de las grandes transnacionales de Occidente. Si se uniera en una o dos grandes holdings con la respectiva industria brasileña y argentina, podría ocupar exitosamente una parte considerable del surplus mundial en este segmento de mercado que alcanza los tres cientos mil millones de dólares.

La empresa aeronáutica brasileña Embraer, a su vez, tiene todo el potencial para compartir en partes iguales con Airbus y Boeing el mercado mundial de la aviación y, más temprano que tarde, de la industria espacial, aprovechándose al Ecuador como el lugar geográfico de mayor ventaja comparativa para el lanzamiento de cohetes al espacio. Varias líneas aéreas latinoamericanas podrían fusionarse y garantizar no sólo un mercado natural para la industria aeroespacial criolla, sino que competiría en condiciones iguales con los europeos y estadounidenses.

Las gigantescas exportaciones de materia prima -petróleo, minerales, granos, madera, etc.- garantizarían, por otra parte, varias grandes industrias navales en el subcontinente. En el sector energético se ofrece un CIPC latinoamericano, creado a través de la unión entre PdVSA de Venezuela, Petrobras de Brasil y la reestatizada YPF de Argentina. La física nuclear argentina y la brasileña mantienen todavía, pese a los sabotajes de los gobiernos neoliberales, un alto nivel de competencia y podrían ser el germen de un CIPC capaz de competir con las transnacionales Westinghouse y Siemens en energía nuclear. Y así, ad infinitum.

Sin embargo, en lugar de operar dentro de esta lógica, concentrando los grandes recursos nacionales en Complejos de Investigación-Producción-Comercialización, para recapitalizar a América Latina y darle trabajo y educación, los discípulos de Adam Smith siguen enajenándolos. Privatizan hacia el exterior el potencial del mañana, para equilibrar sus cuentas fiscales de hoy y quedar bien con el capital financiero internacional, en la quimérica esperanza de escapar al inexorable fin de Argentina y Brasil. Adam Smith, quien vivía de los ingresos transnacionales británicos, must be smiling in hell.