Un importante columnista de el Nacional fue silenciado y expulsado de este
diario por una sóla causa: ser un chavista crítico. Recomendamos lea su
artículo "Las masacres silenciadas"
Nota: el artículo está al final de este texto
Margarita, septiembre del 2002.
Empecé a escribir en El Nacional a partir de 1975, cuando me invitó a hacerlo en la página de Humor (A-5) su director de entonces, Oscar Palacios Herrera, lo que consideré un honor debido a la calidad de los colaboradores.
Durante el período de Lusinchi figuré en la lista de impublicables. El censor oficial en el periódico, Misael Salazar Leidenz, vetó a todo el que pudiera mencionar, aún indirectamente, a Blanca Ibáñez.
Luego me asignaron una columna semanal, convertida después en colaboración quincenal. A pesar de ser un chavista crítico, confieso que últimamente mis columnas no eran del todo humorísticas, lo cual de seguro fue captado por el jurado, integrado este año Orlando Urdaneta y Erika de la Vega.
Hace dos semanas, ante la ausencia de mi artículo, llamé a Pablo Brassesco quien por teléfono me informó que mi columna no aparecería más.
Otra vez he sido censurado. Lo lamento por mi, pero más por El Nacional, que me niega la posibilidad de criticar a los magnates engorilados contra el gobierno, incurriendo en la misma falta de amplitud que intentan endilgarle a Chávez.
La noticia de mi exclusión como columnista no la publicará El Nacional, donde esas cosas terminan bajo la alfombra. Por ello esta carta, para que mis amigos y lectores conozcan lo ocurrido.
Creo que este gobierno nunca impedirá que la pluralidad de opiniones sobreviva en Venezuela. Dudo, sin embargo, que sobreviva en El Nacional.
Augusto Hernández (augusther@cantv.net)
Por lo visto, mientras unas masacres resultan intolerables, aberrantes y dignas de repudio universal, existen otras más llevaderas, es decir, masacres inocuas, donde los muertos son seres insignificantes, por los que no provoca sentir lástima.
En realidad no tengo experiencia en la materia. Ignoro cosas tan
elementales como la cantidad de personas que deben morir para que un evento se
denomine masacre. Tal vez los afanosos contabilistas de Datanalisis o Mercanalisis,
que pronosticaron el triunfo de Salas Römer y ahora miden los niveles de
repudio al Gobierno, pudieran pasarnos el dato. ¿Debe existir una
proporción de muertos por número de participantes? La historia de México registra en
términos inequívocos la masacre de La Noche Triste, cuando los
conquistadores de Hernán Cortés fueron sorprendidos huyendo furtivamente
de Tenochitlán y los aztecas mataron una porción de los 400 invasores. Por
otra parte, el regreso de Cortés y la destrucción metódica de la ciudad más
poblada del mundo, incluyendo a sus habitantes, no se considera tan grave.
Años después ocurrió lo de Tlatelolco, donde los jerarcas del PRI, con el
beneplácito de la OEA La masacre de La Monumental pasó tan desapercibida que el canal 4 ni
siquiera interrumpió el show, ni transmitió boletines informativos al
respecto. La solidaridad entre los demás canales fue admirable y, en cosa
de días, nadie recordaba el asunto. No hubo investigación alguna, ni juicios
y, mucho menos, compensaciones a los familiares.
Por mi parte no le regateo horrores a la masacre del 11-A, donde los
francotiradores invisibles fueron sustituidos por los pistoleros de
Llaguno. No obstante, se trataba de una protesta cuyos organizadores utilizaron a
los más incautos intentando derrocar al Presidente de la República que, a fin
de cuentas, tiene sus partidarios.
¿Si participan 700.000 personas en una marcha y mueren 17, es más grave
que si se reúnen 30.000 cristianos y 11 pierden la vida? Parecería lógico y
justo aplicar la regla de tres (en vez de la regla del 4).
Lo que no entiendo es por qué los muertos de Valencia no tienen
responsables y los del 11-A, en cambio, son culpa del Gobierno y no de quienes los
enviaron a tomar el palacio.