Golosinas del desespero

Earle Herrera

Los autoaplausos repetidos por los espejos del Eurobuilding engolosinaron a Ortega y Fernández, los dos elementales Carlos que confundieron los reflejos del lujoso local con la realidad. Il padrinocetevista no hizo suyo el consejo que le diera a Medina Gómez, en cuanto a no empalagarse con la ya lejana euforia de la Plaza Francia. Aupados por los "líderes" sin bases de la Coordinadora, estos básicos tocayos decidieron que un paro indefinido era soplar y hacer botellas y por eso hoy se encuentran embotellados, preguntándose por dónde le entra el agua al coco. Algo, sin duda, demasiado profundo para sus neuronas y dendritas.

No sé si alguien pueda admirar la inteligencia de estos hombres, pero es evidente que entre ellos existe una mutua admiración. Basta ver la forma en que uno mira al otro cuando, al final de cada heroica jornada, dan su rueda de prensa ante periodistas con caras a punto de pescar alguna genialidad que nunca llega. Fernández piensa que Ortega es un tribuno incomparable y éste lo retribuye al tenerlo por una de las mentes más sagaces del nuevo milenio. Los medios, malucos que son, tienen algo de culpa en esa mutua creencia. Convencidos de la brillantez del otro, se precipitaron a la lucha final bajo la disparatada consigna de "Hallacas sin Chávez".

Engolosinados, no fueron capaces de percibir lo que la realidad ya les advertía desde el primer día del paro: un rotundo fracaso. Poco a poco los comerciantes y empresarios empezaron a subir las santamarías, renuentes a que estos dos personajes los llevaran a una ruina segura. Los pocos trabajadores que al principio los apoyaron, dieron un paso atrás cuando el señor Fernández dijo que ellos no les pagarían los salarios porque todos debían sacrificarse en la lucha inmarcesible por la libertad.

¿Libertad de quién y para quién? El Ortega, supuesto defensor de la clase obrera, escurrió el bulto y habló de un supuesto pacto de caballeros. ¿Caballeros?

¡A mí me pagan!, gritó el trabajador en el portón de la fábrica

A esta altura del paro, con actos criminales como atravesar un buque cargado de combustible en el lago de Maracaibo por parte de un irresponsable, las golosinas del conflicto les están resultando agrias y amargas a los insólitos tocayos. Venían, ambos, del golpe de abril y de la lección del 13-A. Se vacilaron al doctor Gaviria y las mesas de diálogo. La prepotencia del poder económico y el desprecio hacia las fuerzas populares les impedía el menor asomo de autocrítica. Tumbarían al Gobierno de Hugo Chávez cuando se lo propusieran. Ya il padrino de Fedecámaras le había dado unos toquecitos al pobre Avella, el inefable presidente del cuestionado CNE.

Engreídos, lanzaron al país por el despeñadero del paro

Lograron, eso sí, que las fuerzas populares retomaran las calles y revivieran el espíritu del 13 de abril. El pueblo, de nuevo, se nucleó en torno a su Presidente. Pasaron dos, tres días y el Gobierno más bien se fortalecía. El paro hacía aguas. Entonces los Carlos, haciendo gala de su deslumbrante inteligencia, optaron por la huida hacia delante. Ya muchos pequeños empresarios, comerciantes, profesionales de libre ejercicio y trabajadores habían perdido sus utilidades decembrinas.

En lugar de reconocer su error y rectificar, la corta dirigencia opositora buscaba patear el tablero. Se habían atragantado con las golosinas de su propia desesperación.

PS: La oposición no deja de dar sorpresas al revés. Los politólogos pensaban que como Carmona no hay dos, pero por el camino que llevan Ortega y Fernández -y quienes los sigan- terminarán superándolo.