Pasos para ingresar a la Coordinadora Democrática

Gonzalo Fragui

Supongamos de buena fe que usted quiere trabajar y, como todo el mundo, ganar algún dinero que le permita vivir más o menos bien. Supongamos que usted tiene una empresa con reconocido prestigio, y con cierta tradición. Quizá esa empresa se la dejaron sus padres que, posiblemente, trabajaron de forma honesta y adquirieron decentemente el patrimonio que ahora le han dejado.

El asunto es que usted quiere ganar dinero rápido. Taim is moni, dicen en Miami. Supongamos que usted, por ejemplo, quiere importar maíz. Habla con las autoridades, hace antesalas, ofrece algún dinerito bajo cuerda, en fin, jala algo de mecate, pero no se puede. Las autoridades le explican que hay suficiente producción nacional. Usted insiste. Conoce a alguna gente. Ejerce algunas influencias. Presiona a quien puede. Las autoridades dicen que está bien, sólo que no puede importar hasta que no se agote la producción nacional.

Pero usted no puede esperar. Su afán por contribuir con el país no se lo permite. Entonces falsifica documentos, inventa permisos y se lanza a la aventura de importar el más sagrado de los símbolos de nuestros indígenas, el maíz.

Supongamos que su barco, lleno de maíz, llega a puerto venezolano y lo empieza a descargar. Las autoridades revisan los documentos y comprueban que todo está falsificado, que no existen los permisos correspondientes, que no ha pagado impuestos y que, además, es maíz picado. Usted se defiende, es verdad, es picado, pero como es para animales no hay problema. Aquí entre nos, el maíz en realidad es para hacer maizina, cerelac, y todas esas cosas sabrosas que nos daban cuando éramos niños. Antes se hacían con productos de calidad, pero desde hace tiempo se hace con lo más barato, sin pagar impuestos y con grandes ganancias.

En fin, que los malucos le prohíben descargar el producto. Los gringos del barco no tienen problema. Bajan al puerto, se pasean por los bares, se toman unas cervezas y buscan buena compañía. El venezolano, usted, tiene que pagar el flete y los días que el barco esté parado. Los rubios ni se preocupan.

Sin embargo, usted no puede dormir. Eso no pasaba antes. Con una untadita de mano se resolvía todo. Usted hace lo que tiene que hacer, recurre a su gremio, habla con FEDECAMARAS, pero ellos están muy ocupados inventando empresas de servicio para PDVSA. Usted no tiene salida. Tiene que jugárselas solo. Pero todo no debe haber cambiado. Algún rezago debe quedar. Usted visita a un juez, y luego de una conversación, sin testigos, sale con otra cara. Respira aliviado. El juez dicta un recurso de amparo y su maíz parece que por fin va a ser descargado sin ningún problema.

Pero nunca faltan los entrometidos. El Ministerio de Sanidad decide entonces revisar el maíz. No olvidemos que es picado y que ya lleva varios días en el calor del Caribe. Las autoridades encuentran que su maíz además tiene una bacteria. Usted lo suponía, tan barato que se lo habían vendido. No puede, entonces, ser desembarcado. Usted suplica. Explica que es para animales, cuál es el problema. Nada, no se puede. Puede ser para animales, (nosotros sabemos que no es), pero esa bacteria que el animal se come, (el gobierno sí es ingenuo, de verdad cree que es para animales), luego la transmite a los humanos que nos comamos ese animal.

La cosa empieza a complicarse. La angustia no lo deja dormir. Usted recurre a una instancia superior. Tiene que pagarle a otro juez y ahora a un tribunal completo. Las ganancias previstas empiezan a marcar en rojo, pero hay que echar el resto. Esto es insoportable. Esto no es negocio. Así no se puede vivir. Esto es atentar contra la libertad de empresa. A usted incluso le provoca recurrir al 350. Saca cuentas. Lo que tuvo que pagar por el maíz picado, el flete, los días de barco parado, los gringos, los jueces, silenciar a algún periodista a quien le olió feo algo en el puerto. Va a tener que vender más caras las cajitas amarillas. Y eso que usted no quería contribuir con la inflación, pero cómo se hace, no es culpa suya.

Y es que en el puerto efectivamente algo olía mal. El tribunal por más que lo intentó no pudo autorizar el desembarque. El maíz, con razón, con todas estas trabas burocráticas, se había podrido totalmente. Ahora no sólo no tenía ni un granito de maíz, donde, según un tal Martí, cabe toda la gloria del mundo y sobra espacio, sino que además las autoridades sanitarias acusaban a su empresa de poner en riesgo la salud de los venezolanos y, lo que más duele, le ponen la consiguiente multa.

Si usted, amigo, se encuentra en una situación similar, Dios no lo quiera, ha dado todos los pasos necesarios para el gran salto. Búsquese una banderita. En realidad, cuestan cinco mil bolívares, pero si la quiere firmada por Medina Gómez le cuesta siete mil. También puede adquirir el kit completo, el kit de la libertad, que incluye cacerola, un pito, dos consignas, brazalete que dice vete ya, un afiche de Carlos Fernández, la noche de Halloween, que se han quedado un poco fríos, declaraciones por televisión y, finalmente, dos noches, con todos los gastos pagos, en un conocido hotel cerca de las cuatro estaciones del Metro.

No tema. Venga. No somos mayoría, pero la mayoría somos así. Cada cual tiene su cuento. Échenos el suyo. Garantizamos privacidad, bueno, si no hay necesidad de sacar los trapitos al sol. Aquí lo vamos a entender. No lo dude. Afíliese a la Coordinadora Democrática.

Puede, incluso, hacer hasta una canción. La Coordinadora Democrática, gran producto nacional, gran producto nacional. Póngale la musiquita, si la recuerda.