Venezuela: Chávez en su laberinto

Francesc Bayo Fornieles

Historiador e investigador del área de América Latina de CIDOB (Centre d'Informació i Documentació Internacionals a Barcelona)

Resumen: En la última década han cambiado bastantes cosas en Venezuela y tal vez lo más importante ha sido el final de las certidumbres sin alternativas de recambio. En la economía, la crisis ha mostrado que la base no es sólida porque el sector petrolero no es suficiente para sustentarla. En la política, la participación y el consenso se han resquebrajado porque el sistema de partidos ya no parece satisfacer adecuadamente las demandas de la sociedad. Además, junto al acelerado empobrecimiento de los más desfavorecidos han aflorado nuevamente las brechas sociales que los años de bonanza económica habían soterrado. En 1998 ganó las elecciones presidenciales Hugo Chávez, un político populista y externo al sistema, proponiendo un cambio radical en las estructuras. Desde entonces, la mayor parte de la litigación política entre el gobierno y la oposición estuvo dedicada a una pugna sin tregua por el control del poder público, con el resultado final de la práctica ocupación de éste por el chavismo y del atrincheramiento de la oposición en algunas instituciones sociales. La experiencia del golpe y el contragolpe de abril muestra que tanto el gobierno como la oposición tendrían que aflojar y buscar canales de negociación y entendimiento.

A finales de los años cincuenta, tras un siglo de agitada vida política, los venezolanos consiguieron instaurar una democracia estable que dejó atrás la época del caudillismo militar. El Pacto de Punto Fijo del año 1958, firmado por las principales fuerzas políticas y organizaciones sociales, abrió paso a la aprobación de la Constitución de 1961. A partir de ese momento, la estructura del sistema político democrático se asentó gracias a la base proporcionada por tres pilares fundamentales: el consenso y la participación, la fortaleza de los partidos políticos y la supeditación de las Fuerzas Armadas al poder civil. Además, esa relativa estabilidad política estuvo favorecida por la expansión del sector petrolero bajo el control estatal. Los ingentes recursos externos proporcionados por el petróleo han permitido a los sucesivos gobiernos un gran margen de distribución de la renta, con la particularidad de que han podido beneficiar más o menos a todos los sectores sociales sin necesidad de confrontarlos entre sí, ya que no se exprimen las capacidades internas de producción de riqueza.

En ese contexto se desarrollaron los dos principales partidos políticos que han administrado, en una apacible alternancia, cuatro décadas de la política venezolana: Acción Democrática (AD), de tendencia socialdemócrata, y la COPEI, próxima a la democracia cristiana. El contacto con el poder y la capacidad de reparto de subvenciones, beneficios y puestos de trabajo propició el crecimiento y la penetración social de estas fuerzas políticas, dibujando un bipartidismo bastante extremo que arrojaba a otros partidos minoritarios casi a la intemperie del sistema. De ese modo se fraguó la fortaleza de AD y COPEI, a la vez que aumentó la preponderancia del poder y la influencia de ambas maquinarias sobre el resto de las organizaciones sociales, cuyo caso más significativo sería el control sobre los sindicatos. El resultado fue un sistema altamente jerarquizado entorno a liderazgos fuertes, con una estructura corporativa y en gran medida paternalista, que a la vez fomentaba el clientelismo. Sin embargo, en este cuadro de estabilidad política y bonanza económica, algo singular en el contexto latinoamericano, se estuvieron incubando las limitaciones que llevaron al colapso. Entre ellas destaca la excesiva concentración en torno a los recursos petroleros y en detrimento de otros sectores económicos, derivando en una dependencia que con el tiempo se ha tornado peligrosa ya que fomenta la vulnerabilidad del país (un proceso que los economistas denominan la enfermedad holandesa). También cabe añadir el despilfarro económico generado por el constante incremento de las importaciones que socavaron la producción nacional, el crecimiento desorbitado de la burocracia y del empleo en las empresas públicas, el asentamiento del amiguismo y la corrupción, junto al auge de la fuga de capitales. Finalmente, la crisis estuvo precedida por los vaivenes descontrolados del mercado internacional del petróleo y por el notable aumento de la deuda externa, que hicieron aún más inmanejable la política económica. El conflicto abierto se puso de manifiesto con el estallido de la revuelta social de 1989, cuando se produjeron los disturbios callejeros conocidos como el caracazo, en contestación al giro radical efectuado por el gobierno de Carlos Andrés Pérez hacia una política de duro ajuste económico. El impacto en la conciencia ciudadana fue enorme y en el imaginario común se recuerda la fecha como la frontera entre el pasado confortable y el futuro incierto. Como resultado de esa sacudida surgen multitud de incógnitas, cunde la desesperación y aparecen algunas respuestas de aventureros salvadores, entre ellas el intento fallido de golpe militar encabezado por el teniente coronel Hugo Chávez en 1992. Desde entonces, la crisis política y económica se ha instalado permanentemente en el país y ha pasado una dura factura a los venezolanos, provocando la ruptura del consenso y de la relativa estabilidad social.

En la última década han cambiado bastantes cosas en Venezuela y tal vez lo más importante ha sido el final de las certidumbres sin alternativas de recambio. En la economía, la crisis ha mostrado que la base no es sólida porque el sector petrolero por sí sólo no es suficiente para sustentarla. En la política, la participación y el consenso se han resquebrajado porque el sistema de partidos ya no parece satisfacer adecuadamente las demandas de la sociedad. Además, junto al acelerado empobrecimiento de los más desfavorecidos han aflorado de nuevo las profundas brechas sociales que los años de bonanza económica habían soterrado. En definitiva, se ha estado cocinando el caldo de cultivo propicio para que aparezcan las opciones populistas y anti-sistema a las que los impotentes ciudadanos acaban clamando para que aporten soluciones milagrosas.

Antecedentes y evolución del conflicto

En 1988, Carlos Andrés Pérez impuso su capacidad de liderazgo en Acción Democrática y renovó holgadamente la mayoría electoral para un segundo mandato presidencial, rompiendo el ciclo de la alternancia. El presidente que había dirigido la etapa más boyante de la economía del país tuvo que poner en práctica una política de ajuste económico, conocida como el Gran Viraje, que provocó el alzamiento de la población en febrero de 1989. Además, en 1992, al calor de ese descontento social, se sucedieron dos intentonas golpistas que, aunque fueron sofocadas, dejaron seriamente tocados el sistema político y la figura de Pérez. Finalmente, en 1993 renunció al cargo por las evidencias de las acusaciones de malversación de fondos, tras un proceso promovido ante el Senado y la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, esta actuación, un saludable hito en la historia venezolana reciente, fue determinante para producir una herida profunda en el armazón político e institucional, que como en la mayoría de países latinoamericanos es acusadamente presidencialista. La caída de Carlos Andrés Pérez supuso algo más que el relevo de un presidente corrupto mediante los cauces habituales del control político en un sistema democrático: significó el principio del fin del hasta entonces robusto bipartidismo y de las élites que lo conformaban. Los electores empezaron a cuestionar a los partidos tradicionales y a partir de ese momento dividieron sus inclinaciones por la abstención o los candidatos y partidos de fuera del sistema.

En las elecciones presidenciales de 1993 ya se vislumbró el fin de una era y el principio de algo que estaba cambiando en el panorama político. Los dos principales partidos tradicionales, AD y COPEI, cayeron significativamente mientras crecieron otras fuerzas que anteriormente eran minoritarias –como el Movimiento al Socialismo (MAS)– o algunas de nuevo cuño que se presentaron con el aura de alternativa al sistema (La Causa Radical). Otro hecho relevante fue que el presidente elegido, el veterano político Rafael Caldera, fundador y dirigente histórico de la COPEI, había abandonado su partido para postularse como candidato de salvación con el respaldo de la amalgama de los grupos anti-sistema que obtuvieron el favor de los votos. Curiosamente Caldera, que ya fue presidente entre 1969 y 1974, como firmante del Pacto de Punto Fijo había inaugurado la era ascendente del bipartidismo y por lo tanto era experto en los entresijos del sistema del que ahora se apartaba. También mostró gran habilidad para desmarcarse del pantanal político que se originó con motivo del golpe del 4 de febrero de 1992. Cuando Carlos Andrés Pérez solicitó y obtuvo la adhesión inquebrantable de todo el legislativo frente a los embates militares, Rafael Caldera se descolgó por una vía intermedia: deploró la intentona golpista, pero ciñéndola a un mero enfrentamiento de Chávez contra Pérez, en vez de considerarla un atentado contra la democracia.

Por otro lado, también bajo la influencia de las secuelas del proceso legal seguido contra Pérez, se fue extendiendo la idea de que los golpistas no atentaron contra la democracia sino que pretendían hacer limpieza en el país eliminando las cúpulas dirigentes corruptas. De este modo, se intentaba mantener la convicción política de la lealtad militar con la democracia y de alguna forma comenzó a alimentarse la leyenda popular de Chávez. Esta tesis, que en un inicio encontró eco en algunos grupos de la izquierda, se fue propagando y acabó siendo cada vez más aceptada entre los sectores sociales más variados. Otros debates que también se pusieron encima de la mesa planteaban la necesidad de reformar y descentralizar el Estado, variar la estructura política e institucional modificando la ley electoral y dando entrada a los nuevos actores, o incluso cambiar la constitución. En definitiva, se fue instalando la sensación de que para superar la crisis había que ir hacia un vuelco total del sistema político porque las reformas no solucionaban nada.

Los diferentes equipos de gobierno que hubo durante el mandato del presidente Caldera (1994-1998) no lograron revertir la dramática situación económica. La evolución del PIB entró en una fase errática de crecimiento débil y posteriores caídas, mientras que la inflación y el tipo de cambio del bolívar se fueron descontrolando. Para rematarlo, la quiebra del Banco Latino, el principal del país, obligó al gobierno a inyectar enormes recursos para evitar el pánico y el hundimiento del sistema financiero. Otro rasgo de la presidencia de Caldera fue la persistente amenaza a la gobernabilidad política, motivada en gran parte por la debilidad propia de la variada amalgama de grupos políticos de la coalición gubernamental. Como corolario, junto a los efectos de la combinación de crisis económica y política emergió la crisis social, que se puso de manifiesto en un espectacular aumento de los hogares en situación de pobreza.

En ese contexto de deterioro general se puso en marcha la carrera electoral del año 1998, en la que por primera vez se celebraban legislativas y presidenciales por separado. La principal característica fue la irrupción ya definitiva de nuevas caras en el panorama político, además de una propensión todavía más marcada por el personalismo. Hugo Chávez, Henrique Salas Römer e Irene Sáez eran candidatos de nuevo cuño y se presentaron con partidos y plataformas de muy reciente creación. En segundo lugar, los comicios derivaron en una polarización extrema, especialmente en las presidenciales, entre un cambio radical que apelaba al deseo popular de acabar con el pasado sin precisar demasiado como se traduciría en la acción de gobierno, y un reformismo que muchos entendían como sinónimo de continuidad. En el primer bando, el Movimiento V República (MRV) de Chávez atrajo al MAS y a Patria Para Todos (PPT), un partido nuevo que había surgido de una escisión de La Causa Radical (LCR), hacia una plataforma conjunta de vocación nacionalista y popular denominada Polo Patriótico (PP). Por el otro lado, el Proyecto Venezuela del independiente Salas Römer, catalogado como un reformador tecnócrata, además del de sus propios seguidores acabó recibiendo el apoyo de los partidos tradicionales que se retiraron de la carrera presidencial. Esta última circunstancia probablemente tuvo unos efectos más negativos que positivos para su candidatura.

Los resultados de las elecciones del 8 de noviembre de 1998 para gobernadores de los estados, diputados y senadores favorecieron a los partidos integrantes del Polo Patriótico, pero no obtuvieron la mayoría absoluta. El reparto de escaños entre las diferentes formaciones políticas permitía establecer alianzas variables y algunas nada propicias a los partidarios de Chávez. También se hizo evidente la existencia de voto cruzado, pues muchos electores se inclinaron en cada caso por opciones contradictorias. Esta situación, lejos de contribuir a un intento por solventar las controversias, avivó todavía más la polarización de las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998, aumentando su cariz plebiscitario. De ese modo, el amplio triunfo de Hugo Chávez, con un 56% de los votos frente al 40% de Salas Römer, acabó siendo considerado por la mayoría de sus partidarios como una victoria arrolladora que les abría el camino al control total del poder. Así se gestó una polarización entre chavistas y antichavistas.

Condiciones actuales

Chávez tiene un perfil mestizo, creció en una población del interior alejada de la capital Caracas, y procede de un sustrato social medio-bajo, una imagen que le acerca a los pobres y a los perdedores. Su discurso político está trufado de referencias históricas y simbólicas del pasado épico del país, ejemplificado en la figura del libertador Simón Bolívar. Además, haciendo honor a su formación castrense, proclama las virtudes de la autoridad y la disciplina. Finalmente, también hace apología del nacionalismo y ensalza en abstracto al pueblo como sujeto de la historia y agente de transformación. Todos estos componentes, junto a un exacerbado personalismo, forman parte de la mística del poder de Hugo Chávez, que por todos los indicios ha conectado muy bien con una parte considerable de la sociedad venezolana. En esa empresa le acompañan una amalgama de élites políticas y sociales anteriormente excluidas del sistema, donde convergen militares y civiles, reformistas y radicales de izquierda, que a partir de ese momento vislumbraron la posibilidad de poner en marcha un proyecto de cambio.

Nada más asumir el gobierno, Chávez reemplazó a los principales cargos institucionales, como el Fiscal General, el Controlador de Cuentas y el Defensor del Pueblo, situando a personalidades afines a su proyecto. También se aseguró la lealtad de las Fuerzas Armadas mediante el control del mecanismo de la promoción de los ascensos y la colocación de mandos afines en las cúpulas dirigentes. A la vez, se aplicó en sacar adelante la remodelación constitucional, uno de los puntos más emblemáticos de su programa. Al rebufo del importante apoyo recibido de los venezolanos, se desarrolló una acelerado proceso político de renovación de la Constitución de 1961, que estuvo concluido en poco menos de un año, en el que hubo un referéndum previo por la demanda del cambio constitucional, una elección a la Asamblea Constituyente y un referéndum de ratificación de la carta magna en diciembre de 1999. Definitivamente, el cambio político concluyó con las elecciones de todos los cargos públicos entre julio y diciembre del año 2000, obteniendo la coalición de gobierno mayorías amplias en todas las ocasiones.

Mientras, la política económica se ha mantenido en unos márgenes bastante ortodoxos procurando la estabilidad, pero a la vez incidiendo en la política social con el objetivo de elevar el nivel de vida de los venezolanos más pobres. Además, hubo que añadir fondos adicionales por un programa de reconstrucción para reparar los daños producidos por las inundaciones de diciembre de 1999. Para ello, en el ámbito exterior se ha aplicado una atención muy especial al mantenimiento de los niveles de los ingresos del petróleo, la principal fuente de riqueza del país. El gobierno venezolano apostó en la OPEP por una mayor disciplina en las cuotas de producción de los países miembros para mantener elevados los precios del crudo. Por esta actividad y otras prácticas independientes en la política exterior, como el acercamiento a Cuba, las visitas a Irak y Libia, o una cierta prédica nacionalista frente a Estados Unidos, se le ha asignado a Chávez una especie de etiqueta de rebeldía que le ha proporcionado tanto simpatizantes como detractores dentro y fuera de Venezuela.

Debido a la ejecución del proyecto refundador de la República Bolivariana de Venezuela, los primeros dos años de gobierno de Chávez estuvieron fundamentalmente empeñados en amarrar todo el andamiaje del poder. Durante ese tiempo la mayor parte de la litigación política entre el gobierno y la oposición estuvo dedicada a una pugna sin cuartel por todas las parcelas del poder público, con el resultado final de la práctica ocupación de éste por el chavismo –una situación que dio lugar a que algunos analistas calificaran desde entonces ese gobierno como régimen– y del atrincheramiento de la oposición en algunas instituciones sociales. También tuvo sus dificultades cuando decidió enfrentarse a la dirección de los sindicatos de la Central de Trabajadores Venezolanos (CTV) o a la estructura burocrática de la poderosa petrolera estatal (PDVSA). En consecuencia, uno de los efectos de la extrema polarización política fue convertir en extraños compañeros de viaje a actores tan dispares como los partidos políticos tradicionales, Fedecámaras –que aglutina a la patronal de las empresas privadas–, los sindicatos –tradicionalmente bajo la órbita de Acción Democrática–, la Iglesia o los medios de comunicación, encarnando juntos una abigarrada y variopinta oposición política y social al gobierno de Chávez.

Sin embargo, aún cuando la coalición de gobierno tenía uno de los mayores márgenes de maniobra de la historia venezolana para desarrollar su proyecto político, según Teodoro Petkoff –antiguo fundador del MAS que ejerce de analista independiente– la puesta en práctica ha carecido bastante de dirección, de falta de contenidos y de equipos de trabajo, dando la impresión de que no se logró ir más allá de la sustitución en el poder de una clase política por otra. También han influido las diferencias entre moderados y radicales en el seno de la coalición prevaleciendo cierto maximalismo, circunstancia que ha debilitado la capacidad de negociación con la oposición que debería tener cualquier gobierno. Pero entre amplios sectores de la oposición también ha cundido mucho la tendencia a ridiculizar y a satanizar la figura de Chávez, al fin y al cabo, gustara o no, un presidente elegido democráticamente por los venezolanos. Esta tendencia se agudizó más aún cuando fracasaron las esperanzas de alternancia depositadas en Francisco Arias, antiguo compañero de armas de Chávez, que concurrió como candidato opositor en las elecciones presidenciales de julio de 2000 y perdió por un amplio margen de votos.

No es fácil discernir cómo se produjo el deslizamiento de una buena parte de la oposición desde la movilización civil hacia la conspiración para el derrocamiento. El paro cívico, convocado conjuntamente por Fedecámaras y los sindicatos en diciembre de 2001 para echarle un pulso al gobierno, demostró que había capacidad para movilizar a la población que no simpatizaba con el gobierno de Chávez. Sin embargo, la experiencia desafortunadamente no llevó a una eventual negociación, enconándose aún más los ánimos entre oficialistas y opositores e instalándose definitivamente el maximalismo. Tampoco ayudó el clima mediático generalizado donde se fue imponiendo de forma mayoritaria que la única solución a la “crisis de la gobernabilidad en Venezuela” era la salida de Chávez del poder. Por otro lado, muchos indicios apuntan al papel desestabilizador desempeñado por altos cargos de la administración de Estados Unidos. Finalmente, entre los últimos episodios destacaron la aparición casi diaria de algún militar para expresar su desafecto con el gobierno.

En ese contexto, se entiende el ruido del suspiro de alivio que circuló por el país y otras partes del mundo justo inmediatamente después del golpe del 11 de abril de 2002. Incluso los embajadores de Estados Unidos y de España se significaron de una forma bastante imprudente con una visita al día siguiente a Pedro Carmona, el dirigente de Fedecámaras, que había sido investido de una forma harto extraña como nuevo presidente. Y los grupos de comunicación venezolanos, especialmente la televisión, no jugaron muy limpio al dedicarse prácticamente a intoxicar a la opinión pública emitiendo tendenciosamente sólo informaciones de las actividades desde el lado de los sublevados y ocultando las resistencias al golpe. Por su parte los gobiernos latinoamericanos, tras los titubeos iniciales de algunos, acabaron apelando a la defensa de los gobiernos democráticos frente al golpismo, según se recoge en la Carta Democrática que la OEA aprobó en septiembre de 2001.

Pero entre la trama civil del golpe había desconfianzas y fisuras que se agrandaron aún más cuando se aplicaron los primeros decretos polémicos, como el de la disolución del parlamento o el de la revocación de los mandatos de todos los cargos públicos elegidos. También se pusieron de manifiesto las diferencias entre los militares ambiciosos de poder, los que se mantuvieron leales a las instituciones y aquellos que prefirieron no complicarse la vida. Por otro lado, varios parlamentarios y otros cargos oficiales elegidos, junto a una multitud de ciudadanos partidarios de Chávez, se dispusieron a presentar batalla legal y en las calles, con lo que la situación amenazaba con terminar en un auténtico baño de sangre, aunque afortunadamente todo volvió a la normalidad de unos días atrás.

La experiencia de los sucesos de abril muestra que tanto el gobierno como la oposición tendrían que aflojar y buscar canales de negociación y entendimiento. A su vuelta, Chávez se mostró conciliador y anunció remodelaciones que se espera sean más propicias para la concordia, aunque no hay que descartar la tentación de cerrar filas. Entre los nuevos problemas, además de los acumulados entre la acción de gobierno y la falta de acuerdos con la oposición, destaca la necesidad de desactivar el protagonismo que han adquirido los militares en la política. Pero en vez de hacer recuento para separar leales y desafectos, debería afrontar la tarea nada fácil de devolver a las Fuerzas Armadas a la tradición institucional de la que no debía haber salido. Una desviación, por cierto, fomentada en gran parte por él mismo. Tampoco colabora a favor de la reconciliación la persistencia de algunas actitudes radicales en los círculos bolivarianos, unos grupos defensores del chavismo entre los que se encuentran fanáticos que no dudan en enfrentar incluso violentamente cualquier disidencia.

Otra situación que no hay que menospreciar es la coyuntura económica menos favorable, con un descenso acusado de los ingresos petroleros debido a los recortes de producción pactados en la OPEP para tratar de mantener el nivel de precios. Pero ésta última medida no ha logrado todo el efecto esperado por causa de la menor demanda mundial producida por la recesión económica. Estas circunstancias inciden negativamente en la capacidad de la política fiscal venezolana, con graves consecuencias para las inversiones públicas y la financiación de la política social. Finalmente, no hay que olvidar la desconfianza de los agentes económicos en el interior y en el exterior hacia Chávez, que se manifiesta en la renuencia de los inversores y en la enorme fuga de capitales.

Entre los que no comparten la política de Chávez, las reflexiones deberían conducir a tratar de recuperar el norte y articular una leal oposición que sea capaz de generar mayorías sociales que puedan desbancar al actual presidente en las urnas. Probablemente para que eso ocurra deberían prevalecer actitudes mucho más prudentes y abiertas a la negociación, como algunas que se pudieron observar en el momento del conflicto entre el gobierno y la gerencia de PDVSA, pero para los más inquietos el horizonte electoral puede parecer muy lejano y no cejarán en su empeño de derribar al gobierno. En definitiva, en cualquier conclusión sobre el futuro venezolano no se pueden desechar nuevos enfrentamientos ya que no están descartadas en el gobierno y en la oposición las tendencias intolerantes.