La Autonomía Universitaria

Gustavo Fernández Colón

21 de febrero del 2003

Cuenta Maurice Bayen, en su compacta Historia de las Universidades, que la defensa de la autonomía universitaria tiene su más remoto origen en las reyertas protagonizadas por los estudiantes de la Universidad de París, en una taberna del bulevar Saint Marcel en el año de 1229. Algunos burgueses echaron del local a un grupo de estudiantes –seguramente ebrios- que estaban armando barullo, lo cual provocó que, al día siguiente, la taberna fuera saqueada por una poblada de scholastici. La intervención de las fuerzas del orden se hizo necesaria para detener los enfrentamientos, que concluyeron con un saldo lamentable de muertos y heridos. En protesta por los atropellos sufridos, la comunidad académica se declaró en huelga –aunque esta acción no estaba permitida-, de modo que las labores de enseñanza se mantuvieron suspendidas durante dos años. Profesores y alumnos se marcharon a otras casas de estudio en Francia e Inglaterra hasta que, en 1231, se llegó a un acuerdo mediante el cual el Papa Gregorio IX otorgó a la Universidad el derecho a declararse en huelga en caso de conflicto con la autoridad civil.

Como se infiere de esta y otras historias, la autonomía de la Universitas medieval era básicamente un fuero defendido por la intelligentsia clerical, para garantizar su supervivencia en medio de la cruenta batalla entre el poder divino de los papas y el poder mundano de los reyes. Nadie pensaba en lo absoluto que existiera ni que fuera necesario proteger lo que a partir de la Ilustración se conocería como libertad de pensamiento; puesto que la revelación y la autoridad, como criterios de legitimación del saber, constituían los fundamentos de una muralla erizada de atalayas para vigilar y castigar cualquier elucubración teológica que se apartara de los dogmas sagrados de la fe. Resultaba lógico entonces que, en 1277, el obispo de París Esteban Tempier condenara aquella frase escrita por un filósofo de la Escuela ! de Artes, que presagiaba el desmoronamiento del orden cristiano feudal y el advenimiento de la modernidad: "La autoridad no es suficiente para afirmar la verdad".

Habrá que esperar hasta el siglo XIX para que la autonomía se consolide como derecho a la libre producción y divulgación del conocimiento, en una nueva circunstancia histórica en la que el Estado burgués arrebatará definitivamente a la Iglesia el control de la enseñanza superior, para ponerla al servicio del desarrollo industrial moderno. Durante la era napoleónica, por ejemplo, se avanzará un largo trecho en esta dirección, como lo evidencia el Decreto del 15 de noviembre de 1811, con el que se consagra el principio de la inviolabilidad del recinto universitario y se otorga a la Universidad Imperial "jurisdicción sobre sus miembros en todo lo relativo al cumplimiento de sus estatutos y reglamentos". Sin embargo, a raíz del coup d'état del 2 de diciembre de 1851, con el que Napoleón III disuelve la Constitución y la Asamblea Nacional surgidas de la Revolución de 1848, el conservadurismo católico retorna al poder y los profesores liberales, sobre todo los filósofos, son hostigados por las autoridades del Segundo Imperio.

Pero la modernización de la institución universitaria seguirá su curso, extendiéndose por todas las naciones de Occidente, sobre los rieles del paradigma epistémico mecanicista del siglo XVIII y los principios políticos del republicanismo del siglo XIX. Su influjo llegará hasta las casas de estudio latinoamericanas, sobre todo a partir de la Reforma de Córdoba de 1918. En su célebre Manifiesto del 21 de junio de aquel año, los estudiantes argentinos esbozaron mordazmente su visión de la decadencia de los establecimientos universitarios: "Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y —lo que es peor aún— el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las ! universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria". La autonomía y el cogobierno, tal y como se conocen hoy en América Latina, provienen del impulso renovador desatado por aquellos estudiantes cordobeses.

Con todo, la autonomía moderna continuará recibiendo nuevos sacudones a todo lo largo del siglo XX, vapuleada por el choque entre las fuerzas regeneradoras representadas, principalmente, por la contestación estudiantil y las tendencias reaccionarias enquistadas en la burocracia académica. En 1968, por ejemplo, la revuelta estudiantil del Mayo Francés resultó el epicentro de una conmoción que sacudió los cimientos de las instituciones universitarias a nivel mundial. Ese mismo año, con la masacre de Tlatelolco en México y su saldo sangriento de más de 400 estudiantes asesinados, 1500 heridos y más de 2000 detenidos por órdenes del gobierno de Díaz Ordaz, se dio un golpe mortal a la autonomía, del cual no se han recuperado todavía las universidades latinoamericanas. En Venezuela, este terremoto tuvo su réplica con el movimiento de Renovación Universitaria de 1969-1970, sofocado mediante la intervención militar de la UCV y la sustitución del rector Jesús María Bianco, por parte del gobierno demócrata cristiano de Rafael Caldera. Vale decir que, en esta etapa, la crisis de la autonomía universitaria ya no estará signada por la vieja confrontación entre la Iglesia feudal y el Estado burgués, si! no por el enfrentamiento entre la partidocracia derechista instalada en el poder desde 1958 y la insurgencia revolucionaria de izquierda que había prendido en el seno del movimiento estudiantil.

Tres décadas después, la polémica sobre la condición autonómica de la universidad se reactiva en Venezuela, a raíz del triunfo electoral de la Revolución Bolivariana liderizada por el Teniente Coronel Hugo Chávez Frías y la feroz oposición que despierta su acción de gobierno en los factores tradicionales del poder político, económico, comunicacional y religioso de la nación. En abril de 2002, la reacción empresarial-militar-eclesiástica intenta derrocarlo e instalar una dictadura que desconoce la Constitución de 1999 y disuelve los poderes públicos.

Las autoridades de importantes universidades nacionales autónomas se apresuran a reconocer públicamente la legitimidad de la efímera Junta de Gobierno. Varios meses después, esta misma dirigencia universitaria se adhiere militantemente a un paro de empresarios privados y gerentes de la industria petrolera estatal. Las principales casas de estudio del país permanecen cerradas durante un par de meses hasta que, fracasado este segundo intento de derrocar al gobierno, abren de nuevo sus puertas para denunciar, a viva voz, que la autonomía universitaria está siendo amenazada por el Jefe del Estado y su proyecto político militarista de izquierda. Los partidarios del gobierno argumentan que han sido las autoridades rectorales las que han vulnerado la autonomía, al poner las universidades públicas al servicio de un paro conspirativo, y proclaman la necesidad de su transformación inmediata mediante la llamada Constituyente Universitaria.

Es así como, en los albores del siglo XXI, la institución se convierte una vez más en un escenario donde coliden fuerzas sociales antagónicas, entre las que se cuenta, en primer término, la vieja burocracia académica cebada por la venalidad administrativa, el colonialismo ideológico y la trivialización de las! ciencias. Y frente a esta casta, dos corrientes poderosas que hoy emergen desafiando su capacidad de regeneración: por una parte, el paradigma epistémico postmoderno basado en la interactividad comunicativa, la transdisciplinariedad de los saberes y la globalización de los mercados; y, por la otra, el reconocimiento de la diversidad cultural, la participación popular, la sustentabilidad ecológica y la equidad social, como demandas políticas que están modificando tanto la organización general de la sociedad como la estructura y el sentido de las comunidades académicas. ¿Cómo habrá de reconfigurarse la Universidad Autónoma para responder con pertinencia a esta compleja dinámica social? Corresponderá a esta generación decidir el camino por el que habrá de transitar, de aquí en adelante, la nueva universidad.