La herencia histórica de Bagdad quedó reducida ayer a cenizas

Robert Fisk

(The Independent - La Jornada)

Manos expertas, en la quema de los Archivos Nacionales y la Biblioteca de los Coranes

Vi a los saqueadores. Uno me maldijo cuando traté de recuperar un libro de derecho islámico de manos de un mozalbete que no podía tener más de 10 años. Entre las cenizas de cientos de años de historia iraquí encontré un solo archivo flotando en el viento, fuera del recinto: páginas y páginas de cartas manuscritas entre la corte del alguacil Hussein de La Meca ­el que emprendió la revuelta contra los turcos por cuenta de Lawrence de Arabia­ y los gobernantes otomanos de Bagdad.

Y los estadounidenses no hicieron nada. Por todo el sucio patio volaron cartas de recomendación a los tribunales de Arabia, demandas de municiones para las tropas otomanas, reportes de robos de camellos y asaltos a peregrinos, todos en la delicada caligrafía árabe. Tenía yo en las manos los últimos vestigios de la historia escrita de Irak que quedaban en Bagdad. Pero para Irak éste es el año cero. Con la destrucción de las antigüedades del Museo de Arqueología, el sábado, y el incendio de los Archivos Nacionales y luego de la biblioteca coránica del ministerio, situado a 500 metros, la identidad cultural de Irak queda borrada.

¿Por qué? ¿Quién encendió estos fuegos? ¿Con qué demente propósito se destruye esta herencia? Cuando alcancé a ver que la biblioteca coránica se quemaba -de las ventanas salían llamaradas de 30 metros de alto- corrí a las oficinas de la potencia ocupante, la oficina de asuntos civiles de los marines de Estados Unidos, para informar lo que había visto. Un oficial le gritó a un camarada que un fulano decía que una biblioteca bíblica (sic) se estaba incendiando. Les mostré la ubicación exacta en el mapa, el nombre preciso -en árabe y en inglés- del lugar, les dije que el humo se veía desde cinco kilómetros y que no llevaría más de cinco minutos llegar allá en vehículo. Media hora después no había un solo estadounidense en el lugar, y ya para entonces las llamas se remontaban 70 metros del suelo.

Hubo un tiempo en que los árabes decían que sus libros se escribían en El Cairo, se imprimían en Beirut y se leían en Bagdad. Ahora en Bagdad queman las ibliotecas. En los Archivos Nacionales no sólo había registros del imperio otomano y del califato, sino incluso de los años oscuros de la historia moderna del país, relatos escritos a mano de la guerra Irán-Irak de 1980-1988, con fotografías personales y diarios militares, toda una hemeroteca de periódicos occidentales ­en el pavimento, frente al antiguo Ministerio de la Defensa, yacían volúmenes encuadernados del Financial Times­ y copias microfilmadas de periódicos árabes que se remontaban a principios del siglo XX.

También quemaron las máquinas de microfilmación. Los periódicos palestinos de los primeros años de la OLP -incluso los diarios de la 'Célula de Liberación de Cachemira'­estaban regados por el suelo. Pero los archivos más antiguos estaban en los pisos superiores de la biblioteca, frente al Ministerio de la Defensa, donde de seguro se usó gasolina para producir un incendio en forma tan experta. El calor era tan intenso que el piso de mármol se había curvado hacia arriba y las escaleras de concreto por las que subí hacia las hectáreas de documentos ardientes habían quedado cuarteadas por la hornaza.

Los papeles tirados en el suelo quemaban al tacto, ya no se veía en ellos ningún texto impreso o manuscrito, y se deshicieron en cenizas en el momento en que quise levantarlos. Y una vez más, envuelto en este velo de humo azul y rescoldos, me hice la misma pregunta: ¿por qué?

Así, en una dolorosa reflexión sobre el significado de este crimen, permítaseme citar algunos de los textos contenidos en los jirones de papel que encontré en la calle, flotando en el viento, escritos por hombres que murieron hace ya mucho tiempo, dirigidos al Puerto Sublime de Estambul o a la Corte del Alguacil de La Meca, llenos de expresiones de lealtad y que como fórmula de despedida decían 'su esclavo'.

Había una solicitud de proteger una caravana que transportaba té, arroz y azúcar, firmada por Husni Attiya al-Hijazi (que recomendaba a Abdul Ghari-Naim y a Ahmed Kindi como mercaderes honrados), un pedido de perfume y una advertencia de Jaber al-Ayashi, de la corte real del alguacil Hussein, a Bagdad, de tener cuidado con los salteadores en el desierto. 'La presente es sólo para darles un consejo que sin duda les será de provecho', señala al-Ayashi. 'Si no lo siguen, por lo menos estarán advertidos.' Hay cierto toque de Saddam en el mensaje, pensé. La fecha era 1912. Algunos de los documentos consignan el costo de balas, caballos militares y artillería para los ejércitos otomanos en Bagdad y Arabia, otros registran la apertura de la primera central telefónica en el Hejaz ­que pronto se convertiría en Arabia Saudita­, mientras otro, proveniente del pueblo de Azrak, en lo que hoy es Jordania, relata el robo de ropas de una caravana por Alí bin Kassem, quien atacó a quienes lo interrogaban 'con un puñal y trató de herirlos pero fue sometido y más tarde los sobornó'. Hay una carta de recomendación del siglo XIX en favor de un mercader, Yahiya Messoudi, 'hombre de la más elevada moral, de buena conducta, que trabaja con el gobierno (otomano)'.

En otras palabras, éste era el tapiz de la historia árabe ­lo que queda de ella, que cayó en manos de The Independent­, mientras el grueso de los documentos de siglos seguía crepitando en el inmenso calor de las ruinas de los Archivos Nacionales.

El rey Faisal del Hejaz, gobernante de La Meca ­cuyos cortesanos son los autores de muchas de las cartas que rescaté- fue depuesto por los sauditas. Su hijo Faisal llegó a ser rey de Irak ­Winston Churchill le entregó Bagdad después de que los franceses lo expulsaron de Damasco­ y su hermano Abdullah fue el primer rey de Jordania, padre del rey Hussein y abuelo del monarca actual, Abdullah II.

Durante casi mil años Bagdad fue la capital cultural del mundo árabe, la población más ilustrada de Medio Oriente. El nieto de Gengis Kan incendió la ciudad en el siglo XIII y, según se dijo, el río Tigris se tiñó de negro con la tinta de los libros. Hoy las cenizas negras de miles de documentos antiguos saturaron los cielos de Bagdad.

¿Por qué? ¿Quién envió a los saqueadores? ¿Quién mandó a los incendiarios? ¿Les pagaron por hacerlo? ¿Quién quiere destruir la identidad de esta nación?