Tomado de: www.analitica.com/bitblioteca

Jueves, 23 de mayo de 2002

En esta hora aciaga que vive nuestro país quiero intentar transmitirles algo de los sentimientos y emociones que estoy viviendo, sobre el papel que me ha tocado desempeñar y las situaciones que he tenido que enfrentar. Todos los venezolanos pudimos con horror observar por televisión el tristemente famoso video donde aparecen concejales de la Alcaldía de Caracas, militantes del MVR, de los mal llamados círculos bolivarianos y de las hordas armadas controladas por Freddy Bernal entre otros, disparando a mansalva contra inocentes y pacíficos manifestantes.

El 11 de abril de 2002 quedará escrito en las páginas de la historia de Venezuela como un día triste y sangriento, pero glorioso a la vez, en el que la inmensa mayoría de los venezolanos salimos a las calles a exigir, en uso de nuestros legítimos derechos constitucionales, la salida de Hugo Chávez de la Presidencia de Venezuela. No existe en la memoria histórica del país un hecho que pueda tan siquiera comparársele a esa manifestación, inédita no solo por el número de participantes sino por que en ella estaban representados todos, todos los sectores del país, sin distingo ninguno de clases sociales, ni de ideologías, ni de tendencias políticas. Allí estaban las amas de casa, las bravas mujeres de este país, los estudiantes, los obreros, los profesionales, los comerciantes, los empresarios, los políticos, los periodistas, todos, allí estábamos absolutamente todos los venezolanos que representamos el país que queremos, el país que soñamos, el país que merecemos.

Ante la contundencia de los hechos la respuesta del gobierno no fue otra que reprimir a la fuerza y con desmedida violencia aquella inmensa masa indefensa de compatriotas, asesinando a por lo menos 17 de ellos e hiriendo a más de un centenar.

En ese trágico contexto las fuerzas vivas del país reaccionaron en consecuencia; los medios de comunicación en actitud valiente comenzaron a mostrarnos la verdad de lo que estaba ocurriendo mientras Hugo Chávez se dirigía al país en cadena nacional tratando de ocultar la masacre perpetrada. Entonces un mayoritario y representativo grupo de militares institucionalistas comprendió lo que ya muchos de nosotros sabíamos, que Hugo Chávez no podía continuar al mando de los destinos del pueblo de Venezuela. Decidieron pronunciarse constitucionalmente en contra del gobierno; y sin disparar un solo tiro lograron en horas de la madrugada hacer renunciar a Hugo Chávez, quien fue posteriormente trasladado al Fuerte Tiuna. Acto seguido, todos tuvimos la oportunidad de ver por televisión al General en Jefe Lucas Rincón anunciarle al país la renuncia de Hugo Chávez a la Presidencia de la República.

Lo demás es historia, en virtud del vacío de poder absoluto que se había producido Pedro Carmona Estanga le anunció al país que se le había solicitado asumir provisionalmente la Presidencia de la República y así lo hizo. De inmediato un grupo de los más reconocidos abogados del país comenzó a redactar el acta de constitución del gobierno provisional, la cual fue consultada con los sectores involucrados. No quiero entrar a analizar el acta en cuestión, eso prefiero dejárselo a los expertos en la materia. Tampoco pretendo tapar el Sol con un dedo, resulta obvio el hecho de que se cometieron errores en la redacción de dicha acta, errores graves no hay duda, pero esos errores estaban en vías de solución, y me consta que el gobierno de transición estaba más que dispuesto al diálogo y la rectificación. No deja de llamarme poderosamente la atención el hecho de que muchos de los más importantes redactores de dicha acta hoy nieguen cualquier participación en la misma, allá ellos con su conciencia.

Como muchos otros venezolanos me desperté emocionado, feliz de ver el amanecer de un nuevo país, en Caracas se respiraba un aire distinto aquel día. Decidí ir muy temprano en la mañana a Miraflores, pero creo que llegué demasiado temprano. Cuando llegué notifiqué en la puerta que venía como un ciudadano más a colaborar con Pedro Carmona Estanga y a expresarle mi solidaridad en aquel difícil momento de crisis nacional, de inmediato me dejaron pasar. Cómo sería mi sorpresa cuando me di cuenta de que yo era la tercera persona que llegaba al Palacio. En el despacho del general Vietri Vietri, Jefe de la Casa Militar, se encontraban ya Daniel Romero y Juan Mejías. Luego de tomarnos un muy necesitado cafecito, apareció el contralmirante Carlos Molina Tamayo quien le informó al general Vietri que tenían que reunirse más tarde para coordinar la trasmisión de mando de ese despacho. Nosotros tres, motus propio, pedimos dar una vuelta por las dependencias del Palacio, se nos asignó a un funcionario de la Dirección de Servicios Generales para que nos acompañara y comenzamos nuestro recorrido. A medida que avanzábamos comencé a darme cuenta de que aquello no era un recorrido político turístico por el Palacio de Gobierno, sino que nos estaban haciendo entrega de Miraflores, la vieja casona había sido literalmente abandonada por sus antiguos inquilinos. Se nos informó que el presidente Carmona estaba por llegar y nos invitaron a recibirlo en la antesala de la Puerta Dorada, es decir la Puerta Presidencial. Llegaron algunos civiles y empezaron también a llegar los jefes militares. Nos tocó presenciar los honores que se le rindieron a Pedro Carmona a su llegada a palacio. Al poco rato llegó monseñor Ignacio Velasco.

Las manecillas del reloj comenzaron a rodar de manera vertiginosa y a medida que la mañana iba avanzando aumentaba el flujo de gente por los pasillos, empresarios, políticos, sindicalistas, periodistas, curas, miembros de la sociedad civil organizada, curiosos, oportunistas, jalabolas, etc. Un nutrido grupo de militares se apoltronó en el despacho presidencial de donde no habrían de salir en varias horas.

Carmona se movía de un lado para el otro, entre el despacho protocolar, el privado y la suite del segundo piso. Dos preguntas se repetían constantemente: «¿A qué hora es el acto?». Y «¿ya está listo el gabinete?». Ninguna de las dos tenía una respuesta clara.

Entre la muchedumbre se vio pasar a Carlos Ortega en lo que sería su única visita a Miraflores durante el tristemente breve gobierno de transición.

Mi nombre le fue sugerido a Carmona para ocupar el cargo de Viceministro de la Secretaría, él aceptó gustoso. Ya con designación de por medio decidí empezar a asumir en la medida de lo posible mis funciones. Unas personas me llamaron y me dijeron que querían entrar por El Manguito, entrada posterior del Palacio, a fin de no ser visto por los periodistas, les dije que yo los esperaría en la puerta. En camino hacia dicha entrada me conseguí con Rafael Marín a quien le expresé mi preocupación por la situación del naciente gobierno al tiempo que le pedí el apoyo institucional. Él me manifestó que se estaban cometiendo errores, yo asentí diciendo que teníamos que buscar solución a los mismos; luego me manifestó que hablaríamos más tarde y me pidió que lo acompañara a una puerta trasera. Le dije que iba camino de El Manguito a esperar unas personas y que gustosamente lo acompañaría a él.

Alrededor de las 2 y media de la tarde estuvo listo el decreto y me tocó a mí llevarle a Carmona el documento. Él lo leyó y dijo que estaba bien. Le pedí a una de las pocas secretarias que estaba en el área de la Secretaría Privada que le sacara varias copias. Carmona le hizo un par de modificaciones menores y me tocó volver a imprimirlo, posteriormente yo mismo comencé a sacarle copias. Mientras luchaba en vano con la fotocopiadora frente a mí estaban Juan Raffali, Gustavo García y Gustavo Linares Benzo, sentados frente un computador redactando a la carrera otro decreto, al terminar fueron a hablar con Carmona para presentarle su proyecto. El despacho estaba atiborrado de gente, estaban entre otros monseñor Velasco, Cecilia Sosa, el trío prenombrado, el coronel-abogado Rodríguez Salas, y muchos otros militares. Vi a Carmona titubear, habló por teléfono por espacio de varios minutos en presencia de todos los que estábamos allí. Al colgar Carmona se volteó hacia los presentes y nos dijo:

—Vamos entonces.

—Hay que hacerlo —le dijo monseñor Velasco al Presidente provisional.

Entonces el coronel Rodríguez Salas le hizo entrega a Carmona del juramento que él había redactado. En medio de todo aquel despelote alguien informó que habían arrestado a Tarek William Saab, le consultaron a Daniel Romero qué hacían con él, y Daniel contestó:

—¡Que lo suelten de inmediato!

En camino hacia el Salón Ayacucho, alguien preguntó:

—¿Quién va a leer el decreto?

—Que lo lea Daniel.

Salimos al Salón Ayacucho, yo me senté en segunda fila detrás de Monseñor Velasco, tenía de un lado a Cipriano Heredia y del otro al general Ovidio Poggioli. Cuando el maestro de ceremonia comenzaba a hablar, me volteé hacia Poggioli y le pregunté:

—¿Ya soltaron a Tarek?

Y él me contestó:

—Si, eso fue un error.

El resto del acto es por todos conocido. Cuando comenzaron a llamar por nombre y apellido a las personalidades que firmarían el acta, pensé para mis adentros que se estaban cometiendo errores protocolares y políticos, ya que el primero en ser llamado tenía que haber sido el representante de la CTV, pero cuando nombraron a Alfredo Ramos y este no apareció, sentí que el piso de aquella tarima se desmoronaba debajo de mi silla.

Concluido el acto se hizo en los pasillos una interminable fila de personas que querían firmar el acta en el Salón de los Espejos, la escena se prolongó por más de dos horas. El bullicio y el descontrol continuaba, mi celular no paraba de repicar, llamadas de familiares y amigos expresándome su solidaridad eran la mayoría, pero también recibí llamadas de supuestos amigos preguntándome por el estado de contratos que tenían en marcha con el gobierno, ofreciéndose para cargos, pidiendo favores, etc. La noche cayó y cuando volví a ver el reloj eran alrededor de las 9. Ya los pasillos de la vieja casona de Misia Jacinta habían vuelto a la normalidad. Fui hacia el despacho presidencial y me encontré con el almirante Briceño García quien habría de ser mi jefe por menos de 24 horas. Estando con Carmona al frente entró alguien y nos comunicó que la situación en la Embajada de Cuba era insostenible, Carmona pidió que le comunicaran con el Embajador de inmediato. A los poco minutos le pasaron una llamada, era la esposa del Embajador de Cuba. Habló con la señora por un largo rato y le dio todas las garantías posibles. Colgó, nos dijo que estaba muy cansado que se quería ir a dormir y nos pidió que nos encargáramos de lo de la Embajada. De inmediato nos pusimos a llamar a la Electricidad de Caracas y a Hidrocapital para que enviaran cuadrillas de emergencia que restituyeran los servicios básicos y se llamó al general Damiani para que coordinara la seguridad. Mi celular repicó, era mi mamá para preguntarme si quería cenar algo al llegar a la casa, miré el reloj, eran las 11 de la noche y recordé que solo había tomado café en todo el día. Salimos, Briceño, su asistente y yo hacia mi carro, les di la cola hasta el Palacio Blanco donde tenían aparcado el de ellos y me fui solo manejando por una ciudad que dormía feliz. Al llegar a mi casa me senté a comer con mi mamá y mi papá y como era de esperarse ellos me preguntaron:

—¿Cómo te fue?

Y yo premonitoriamente les contesté:

—Si estoy sigue así este gobierno se cae en tres días.

A las 8 en punto de la mañana llegué Miraflores el día sábado. Me reuní con el almirante Briceño y con Juan Mejías. Ante la contundencia de las críticas que se le estaban haciendo al nonato gobierno decidimos lanzar una ofensiva de diálogos. Mejías se encargó de comunicarse con Manuel Cova en la CTV y yo me encargué de llamar a Rafael Marín en AD y le pedí a Juan Ramón mi hermano que me ayudara a contactar a Alberto Federico Ravell. Cuando finalmente logré contactar a Ravell, él me dijo que estaban reunidos todos los dueños de medios en Venevisión, le pedí que se fueran todos a Miraflores porque el Presidente tenía urgencia de hablar con ellos, él aceptó y me dijo que a las 11 estarían todos allá. Los pasillos del palacio se comenzaron a llenar nuevamente de gente.

Manuel Cova llegó y nos reunimos con él en el despacho del Ministro, nos dijo que Carlos Ortega estaba en Punto Fijo, le hicimos ver lo urgente que era reunir a Ortega con Carmona. Posteriormente Cova se reunió con el propio Carmona en privado y le hizo saber las exigencias de la CTV, las cuales fueron totalmente aceptadas. En esas se me acercó un conocido empresario para decirme que estaba coordinando que Cova fuese en avión a Punto Fijo a buscar a Ortega, me pareció excelente, esa era la labor que teníamos que cumplir en ese momento todos los venezolanos, colaborar en la medida de nuestras posibilidades a salvar los escollos de aquella frágil situación. Finalmente se coordinó que el avión de la PTJ llevase a Cova a Punto Fijo y al final de la tarde estaría entonces Ortega reunido con Carmona.

Alrededor de las 11 y media llegó Andrés Mata, lo acompañé a la antesala de la Secretaría Privada, alrededor de las 12 llegaron los demás; Alberto Federico Ravell, Guillermo Zuluaga, Gustavo, Ricardo y Guillermo Cisneros, Omar y Omar Gerardo Camero, Miguel Henrique Otero, Marcel Granier, Orlando Urdaneta, Andrés de Armas y de última llegó Patricia Poleo. Del otro lado de la mesa del Salón del Consejo de Ministros estábamos, Carmona, el vicealmirante Ramírez Pérez, Raúl de Armas, Leopoldo Martínez, el vicealmirante Briceño y yo. Carmona les explicó lo delicado de la situación y les pidió apoyo. El Ministro de la Defensa les explicó que los círculos bolivarianos estaban 100% operativos, lo que era un hecho de suma gravedad, asimismo les informó que el general Baduel estaba alzado. Los voceros por los medios fueron Otero y Granier. Particularmente Granier hizo una excelente exposición sobre los errores cometidos y la búsqueda de soluciones, Carmona asentía. Gustavo Cisneros tomó luego la palabra para pedirle al Presidente que dejara en manos de todos ellos la gestión comunicacional del gobierno, Carmona aceptó. Por consenso decidieron que fuese Alberto Federico Ravell el encargado de hacer las postulaciones. Alberto propuso a Gilberto Carrasquero para presidir Conatel, entonces Carmona se volteó hacia Patricia Poleo y le ofreció la OCI, pero Alberto Federico interrumpió pidiéndole a Carmona un voto de confianza y proponiendo a Fernán Frías para ese cargo, Carmona aceptó y pude ver cómo se le descomponía el rostro a la Poleo. El Presidente provisional les dijo que en vista de las circunstancias tenía que seguir atendiendo otros asuntos, Cisneros le preguntó si era posible que ellos se quedaran allí reunidos un rato más, la respuesta fue positiva. Salimos por la puerta hacia la Secretaría Privada. Allí el contralmirante Molina Tamayo le dijo al Presidente que había una situación de inseguridad en el Palacio y que era necesario sacarlo de allí lo antes posible. Carmona se fue para Fuerte Tiuna.

Salí hacia los pasillos y pude ver el profundo descontrol que había, de pronto alguien dijo:

—¡Están evacuando Palacio!

A paso muy apurado vi venir hacia mí en dirección a la puerta principal a todos los dueños de medios de comunicación, Gustavo Cisneros me tomó por un brazo y me dijo:

—Nos vemos en el piso 6 de Venevisión.

Me fui directo hacia mi oficina para avisar a unos familiares y amigos que habían venido a ayudarme aquel día, que salieran de inmediato. Cuando salíamos por la puerta de la Casa Militar le pregunté al almirante Briceño que pensaba hacer, él me respondió que iba a esperar a que saliera todo la gente:

—No podemos dejar a nadie atrás.

Si esa era la actitud de mi superior inmediato, la mía no podía ser distinta, así que le contesté:

—Yo me quedo con usted hasta el final.

Alguien dijo que saliésemos por la Prevención 3, que es la puerta que da a la parte trasera de Miraflores muy cerca de El Silencio. Para ello corrimos, por temor a francotiradores, hacia el edificio administrativo, allí en el vestíbulo quedamos momentáneamente atrapadas casi 40 personas. En ese momento me llevé la desagradable sorpresa de que mis familiares y amigos no habían podido salir todavía. Alguien dijo que todavía había oportunidad de salir, lo que resultó cierto, pero la gente de la Casa Militar nos dijo que no, que ya todas las puertas estaban tomadas. José Rodríguez Iturbe y un grupo de personas hicieron caso omiso, y se fueron en busca de la salida, finalmente ellos pudieron salir sin problemas, la Casa Militar nos había mentido. Seguidamente nos dijeron que el lugar más seguro en ese momento era el Salón Ayacucho, allí nos llevaron a los treinta y dos o tres que quedamos supuestamente atrapados. Al entrar nos pidieron que nos sentáramos y nos solicitaron que entregáramos los celulares. Un sargento de la Guardia de Honor se acercó a Daniel Romero y con tono altanero le dijo:

—¿Tú eras el que estaba leyendo vainas aquí ayer?

Yo me volteé hacia Briceño García y le dije:

—Almirante: ¿Estamos presos?

Él me contestó:

—¿Tú crees?

Y yo le repliqué:

—No, no creo, ¡estoy seguro!

Mientras tanto una capitana de la Aviación nos aseguraba que ella velaría por nuestra seguridad, que ella se responsabilizaba por nosotros. Al rato nos bajaron a los túneles que comunican con el regimiento de la Guardia de Honor y al llegar justo debajo de ese edificio nos sentaron a todos. Como a la hora preguntaron quiénes eran periodistas, estos se identificaron y se los llevaron a todos, menos a dos mujeres periodistas que habían pedido permiso para ir al baño. El nerviosismo de los oficiales, suboficiales y soldados era total, todos estaban fuertemente armados, con armas largas, lanzacohetes antitanques, chalecos antibalas, cascos, etc. Alrededor de la 7 de la noche comenzaron a calmarse y un ambiente de entusiasmo comenzó a apoderarse de nosotros, pero fue breve. De pronto se oyó un grito que dijo:

—¡Viva Chávez!

Y vimos como en una horrible pesadilla a Aristóbulo Isturiz bajar por las escaleras escoltado por sonrientes militares. La suerte estaba echada.

Él se acercó a nosotros y nos dijo:

—No se preocupen que sus vidas no corren peligro, estamos en diferentes aceras políticas, eso es todo.

Seguidamente nos metieron en un salón de clases que queda más adentro en el túnel. Por allí empezaron a pasar todos los más altos personeros del chavismo. El primer grupo grande en llegar estuvo conformado por el Fiscal Isaías Rodríguez, Rafael Vargas, ministro de la Secretaría, las ministros del Ambiente y del Trabajo, diputados del MVR y un nutrido grupo de periodistas mayoritariamente extranjeros. El Fiscal, nos dijo que él venía a darnos todas las garantías del caso y que todos nuestros derechos serían respetados, que no teníamos nada que temer, entonces Ivette, una de las amigas que había venido a ayudarme en aquel amargo día, lo increpó:

—Entonces, ¿por qué nos tienen aquí?

El Fiscal le contestó que la razón era que nosotros éramos los funcionarios del fallido gobierno de transición y que por eso debíamos permanecer allí. Le pedí la palabra y le dije:

—Eso que usted está diciendo es absolutamente falso. Aquí solo estamos cuatro personas que íbamos a formar parte del gobierno, y digo íbamos porque ni siquiera llegamos a juramentarnos. El almirante Briceño, ministro de la Secretaría, Raúl de Armas, ministro de Agricultura, Daniel Romero, procurador y yo que iba ser el Viceministro de la Secretaría. Esas dos señoras son periodistas y el resto de estas personas son civiles que estaban de visita hoy aquí, así que yo le exijo que las liberen de inmediato y nos quedemos nosotros cuatro, que estamos dispuestos a asumir nuestras responsabilidades.

El Fiscal se desconcertó y de inmediato cambió el discurso:

—Bueno, es que ustedes no están detenidos, lo que los estamos es protegiendo de esa inmensa manifestación de más de un millón de personas que hay allá afuera, tan pronto como sea posible los dejamos ir.

De muy buena fuente hoy sabemos, que las hordas que manifestaron aquella noche frente a Miraflores no pasaban de 4 ó 5 mil personas.

Rafael Vargas nos recriminó nuestra actitud excluyente, los desmanes que se habían cometido en contra de ellos, que sus vecinos lo habían insultado y agredido, que él había sufrido prisiones cuando Rómulo Betancourt, etc. Así desfilaron entre otros, Tarek William Saab, el defensor del pueblo Germán Mundaraín quien nos reclamó el hecho de que nosotros los veíamos a ellos como unos monos, que los cacerolazos eran una cosa «odiosa», etc. Nicolás Maduro en cambio, nos sorprendió a todos; aquel hombre llegó trémulo y pálido, nos contó que había pasado momentos muy difíciles el día anterior y que él no quería que nosotros pasáramos por esa angustia, nos dijo, con evidente sinceridad, que se habían cometido errores graves de lado y lado, y que había llegado la hora de enterrar los odios y crear un gobierno de unidad nacional para salvar el país, sus palabras nos reconfortaron. Entretanto nos custodiaba un grupo conformado por dos tenientes, uno de la Armada y otro del Ejército, un maestre, y varios soldados de la Guardia de Honor y todos apostados afuera del salón de clases. El Teniente de Navío resultó ser un oficial con alto grado de formación, dos postgrados y una maestría. Tuvo siempre una actitud seria, respetuosa, amable y condescendiente, en más de una ocasión nos dijo:

—Yo soy institucional, yo acato las órdenes que se me dan, así que por favor entiendan mi posición.

Por otro lado el teniente del Ejército y el Maestre se alternaban sus entradas al salón en las que en actitud totalmente distinta colocaban el fusil sobre el escritorio y comenzaban a darnos auténticas charlas de adoctrinamiento ideológico, expresando que no se podía desconocer la voluntad del pueblo, que el pueblo estaba con Chávez y que ellos también estaban con Chávez. Nos produjo profunda tristeza y angustia poder comprobar el grado de penetración que ha tenido el discurso político socialistoide y trasnochado del chavismo en nuestras Fuerzas Armadas.

En una de esas llegó Freddy Bernal acompañado de Ismael García, de otro diputado del MVR y de varios civiles armados con ametralladoras, entre ellos uno que vestía pantalón verde oliva, franela y chaqueta camuflajeada con una ametralladora años 60, una barba larga y blanca, y una boina roja. La actitud del grupo era por decir lo menos muy amenazante. El Teniente de la Armada se embraguetó y les dijo que no podían entrar civiles armados, Bernal dijo que él era el alcalde, y el Teniente le contestó que con él y los otros no había problema pero que los civiles armados tenían que salir, así lo hicieron. En las pupilas del Alcalde saltaba incontenible el odio y la rabia, aguantando sus palabras nos dijo que nos preparáramos a enfrentar las consecuencias de nuestros actos, que lo que nos esperaba era un juicio militar; Ismael García y el otro diputado asentían. Al poco rato de que se fueron vino el segundo comandante del regimiento para pedirnos disculpas por el incidente, y para asegurarnos de parte del Comandante, que la seguridad nuestra estaba garantizada por la Guardia de Honor. Así fueron pasando las horas hasta que amaneció y fuimos finalmente liberados.

Por recomendación de infinidad de amigos y familiares decidí salir del país por unos días para esperar que la situación se esclareciera y las aguas bajaran. Pero ya estoy aquí de regreso, dispuesto a asumir mis responsabilidades, y a seguir poniendo mi granito de arena en este proceso que debe continuar sin descanso hasta lograr la salida pacifica de Hugo Chávez y su nefasto combo del poder, para poder así comenzar a reconstruir nuestro país.

Si yo antes tenía, al igual que el 80% de los venezolanos, la convicción de que la salida de Chávez del poder era imprescindible, hoy después de haber visto de cerca la médula del chavismo, de haber interactuado con sus principales actores y de haber palpado su esencia estoy absolutamente convencido de que la permanencia de estos sujetos en el gobierno significa la destrucción definitiva del país en el que crecí, la imposibilidad absoluta del país que soñamos y la extinción del país que quiero dejarle a mis hijos.

No tenemos otra alternativa que luchar sin descanso hasta erradicar este terrible flagelo que se ha enquistado en el poder público venezolano, sembrando odios y rencores que esta tierra nunca ha conocido y pretendiendo implantar un proyecto ideológico que este pueblo nunca ha compartido.

Se cometieron muchos errores en ese gobierno de transición, no hay duda de ello, pero ese espíritu del 11 de Abril y ese esfuerzo inmenso que culminó con la salida de Hugo Chávez de la Presidencia no puede ni debe perderse, las razones para salir de Chávez son hoy más válidas que nunca. Aprendamos de los errores y sigamos adelante a construir el país que nos merecemos, no perdamos el tiempo en busca de culpables, no nos dejemos llevar por agendas oscuras y personalistas que lo único que buscan es sembrar la desunión, no, sigamos unidos y hacia delante, Venezuela es un país que esta irremediablemente condenado al éxito, de nosotros depende que lleguemos allá, más pronto que tarde.




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