Parte del Seminario: Democracia, Estado y Ciudadanía
Organizado por Sinergia, Goethe Institut Inter nationes y Asociación Cultural Humboldt - Caracas mayo 2003
En mi vida liceísta y universitaria, a los movimientos populares y a las organizaciones de base no se les llamaba sociedad civil, pero no por eso dejaban de serlo. Había movimientos muy valiosos, fundamentalmente en los sectores populares, y quizás por eso se identificaban como "movimientos populares". Algunos de ellos estaban asociados a la iglesia, otros no, pero todos estaban asociados a la participación de los ciudadanos que se organizaban para trabajar en la defensa de sus intereses, específicamente los intereses que se expresan en el campo de lo común.
Hoy podemos apreciar un cambio, lo que conocemos como sociedad civil. Este concepto, si bien incluye a estos movimientos originales y a los creados recientemente que son de su mismo tipo, aglutina a organizaciones cuyos propósitos trascienden el campo de lo común y se adentran en el campo de lo público. Es pertinente aclarar que decimos esto entendiendo por "lo común" lo que, como bien define Graciela Soriano, atañe a un grupo definido de ciudadanos, lo que corresponde a nuestros espacios inmediatos de convivencia, como por ejemplo, los asuntos que pueden ventilarse en las asociaciones de vecinos. Cuando hablamos de lo público, hacemos referencia a los asuntos que son de interés de los ciudadanos de todo el país o de toda la sociedad y que se resuelven en términos políticos. Por lo tanto, la defensa de nuestros intereses comienza a tener un rasgo necesariamente político.
Por otro lado, cabe mencionar que en Venezuela actualmente hemos sido testigos de prácticas nunca vistas, y menos toleradas, en la historia democrática del país. Prácticas que están asociadas al uso de la violencia como el mecanismo para resolver las diferencias políticas y que se diferencian de lo que sucedía en nuestra historia reciente por la forma como se ejerce la violencia. Antes, quiénes usaban la violencia como mecanismo de lucha, lo hacían directamente. Eran los movimientos de guerrilla urbana, asociados a la ultra-izquierda venezolana, que actuaban en torno a los movimientos estudiantiles, en especial, los universitarios. Hoy estamos ante otras formas de ejercicio de la violencia con los mismos fines. Se promueve y se utiliza la violencia desde espacios del Estado y de otras organizaciones, para imponer puntos de vista y proyectos, confinando al terreno de la violencia lo que deberíamos construir democráticamente entre todos los ciudadanos.
Evidentemente el país ha cambiado, no necesariamente hacia donde nosotros quisiéramos, pero ha cambiado y debemos trabajar en función del cambio que existe. Nosotros no vimos nunca que la sociedad civil tuviera un rol político. Sin embargo, cuando los habitantes de los barrios de Caracas y de las zonas populares en el interior del país decidieron manifestar, actuar durante el 27 y 28 de febrero de 1989, se convirtieron de repente en actores políticos. Antes de ese día no eran considerados actores políticos relevantes, porque no tenían acción política directa o porque los políticos consideraban que no tenían un peso específico. Sin embargo eran actores políticos, solo que estaban silentes, pasivos frente a lo que estaba sucediendo y a las decisiones que sobre su futuro tomaba el gobierno y en momentos específicos como las elecciones, salían a ejercer sus derechos políticos, su participación política, a través del voto.
Dado que estamos en un mundo distinto y que el país cambió, deberíamos tener una conceptualización distinta que nos permita entender mejor lo que sucede con la sociedad civil. Tomándonos muchas licencias académicas, podríamos decir que, existe una sociedad civil que se diferencia de la política porque en ésta los ciudadanos están articulados, organizados o no, para defender sus intereses e incidir en la toma de decisiones de los asuntos públicos, y desde otra dimensión, sobre los asuntos comunes, de manera diferenciada y a través de mecanismos y de fórmulas de participación distintas a las que hemos manejado tradicionalmente. En la sociedad política, los ciudadanos se organizan para alcanzar el ejercicio del poder político directamente a través de los cargos de elección popular. Desde esta óptica, tenemos como un problema central en la dinámica actual del país, como un reto, reflexionar sobre cómo estamos entendiendo y cómo debemos entender el ejercicio del poder y la participación política en cada uno de éstos ámbitos. Como sociedad civil y como sociedad política, necesitamos construir nuevas categorías que nos ayuden a explicar la realidad y trabajar sobre ella.
Visto que tenemos múltiples expresiones, distintos ángulos desde donde actuar y diferentes forma de incidencia, estamos suponiendo que tenemos y queremos una sociedad pluralista. Por ello, lo primero que tenemos que desmontar en la práctica, porque la teoría y la Constitución ya lo asumen, es la visión de que las dinámicas de poder traen como consecuencia irremediable la imposición de un ideal como hegemónico en la sociedad, que es enfrentado permanentemente por expresiones contra-hegemónicas o de la resistencia cultural que carecen de espacio en la dinámica política. Esto, que ha sido discurso de la izquierda desde los 60, extrañamente acaba de renacer como posición de muchos de los líderes del gobierno; en lugar de plantear a la dinámica socio-política como un espacio de reconstrucción que reconozca la existencia del otro y que nos permita avanzar asumiendo como natural el pluralismo en la sociedad. Es decir, en lugar de crecer como sociedad, hoy tenemos un "proyecto revolucionario" que trata de convertirse en hegemónico. Es como una especie de venganza por haber estado mucho tiempo sintiéndose en posición de sumisión frente a otros proyectos políticos que no eran compartidos por ellos y que se comportaban, para el país, como hegemónicos.
Tenemos una tradición política que, en este sentido, es grave. Una tradición, que nos dice que el partido que está en el gobierno puede imponer su proyecto como hegemónico a toda la sociedad, olvidando que, en una sociedad pluralista, cada ciudadano y cada grupo organizado tiene sus intereses, su visión y tiene que tener un espacio en el que se expresen y se inserten; por lo que lo que resulte como proyecto político, o de país, tiene que ser expresión de esos intereses. Las personas tienen que sentirse expresadas en el proyecto que pretenda orientar el destino del país.
Tenemos que hacer en la práctica lo que se dice en el discurso, redefinirnos y reconstruirnos como sociedad desde lo más básico, y no a partir de la orientación o de la posición política de algún grupo en específico. Es necesario hacer un debate entre todos para construir un proyecto nuevo que de verdad incluya y no excluya.
Estamos cansados de las mismas prácticas, que ahora son más intensas. Tenemos que erradicar estas prácticas en las que un grupo político con una "estrategia de validación", termina imponiendo a todos lo que es sólo su perspectiva. Todavía creemos que andamos en una especie de evangelización de nuestras ideas, porque seguimos en la onda de la utopías y cada uno cree que la propia "si" es la válida, desconociendo la validez o la existencia de los ideales de todos los demás.
Por esta razón es que entre todos, debemos reconstruir las instituciones y un tejido social incluyente, debemos trabajar por la reconciliación y la paz desde abajo y construir una nueva relación sociedad y partido desde una nueva visión de lo que es el ciudadano y el militante político, que nos permita entendernos unos a otros. Debemos redefinir los espacios y las formas de participación. Además, debemos también redefinir la forma del ejercicio político desde la sociedad civil, a través de la transparencia y la rendición de cuentas, y refrescarle a los que ejercen el poder desde el gobierno, cuál es el contenido del mandato popular.